La Tecnopolítica y lo que nos depara 2023. Por Guillermo Mas Arellano
La Tecnopolítica y lo que nos depara 2023
Por Guillermo Mas Arellano
La Modernidad se funda en un presupuesto: el
hombre es el que domina el mundo y puede disponer de él a su antojo. Con sus
catastróficas consecuencias para la Naturaleza y la comunidad humana, desde la
Reforma protestante en adelante. Sólo que el siglo XX evolucionó hasta
permitirnos entender que la máquina había sustituido al hombre en ese proceso.
Es el inevitable devenir de la técnica: “El
destino de la verdad de lo ente en su totalidad”. Todo ello coincide con la
crítica que Martin Heidegger realizó al respecto en su conferencia de 1953
acerca de La pregunta por la técnica.
Partiendo de postulados muy similares, en ciertos aspectos, a la noción de
biopolítica que Foucault desarrollaría décadas después, Heidegger descubre que
detrás de todo proyecto técnico existe una clara intencionalidad política.
Aunque todos los objetos creados por el hombre están orientados hacia un fin
concreto, al que nosotros le damos el nombre de “utilidad”, la esencia de esos
mismos objetos, que es inherente a ellos y se desprende de la concepción
política de quienes han construido el objeto, sobrepasa con mucho la noción de
utilidad, para imbricarse dentro de una visión más amplia de la realidad: algo
así como una “tecnopolítica”. La técnica ya no es un medio para un fin realizado
por el hombre; en su lugar, ha evolucionado hasta un modelo de transformación,
consumado a través de las propias máquinas, de imposición de su lógica sobre la
lógica humana y afectiva. En consecuencia, la noción antaño compartida que
suponía la esencia de lo humano se encuentra en este momento en grave peligro.
Las máquinas se han convertido en sujeto de la
historia. Son las máquinas quienes producen máquinas, y a cambio los hombres
venden dicho producto a los hombres, por medio de la publicidad. En ese
sentido, como considera Günther Anders, las dos guerras mundiales son una
consecuencia del avance de la técnica. Más aún: su gran legado no es político,
ni social, sino técnico. El desarrollo de la cibernética, nacida de los
rescoldos de Europa tras la gran pira europea en forma de conflicto entre
hermanos, se eleva como el acontecimiento más determinante del siglo pasado. Desencadenando
un nuevo panorama tecnopolítico. La Tercera y la Cuarta Revolución Industrial
han tomado el relevo de las dos guerras mundiales en la Historia. Generando un
“desnivel prometeico” entre lo que se consume y lo que se produce. En
consecuencia, usamos lo que tenemos a nuestra disposición, como evidencia el
ejemplo de Hiroshima. Que tengamos armas nucleares significa, siguiendo esta
lógica maquinal, que en algún momento las usaremos, como en efecto ya hemos
hecho. No hay que olvidar que la lógica industrial estuvo detrás de Auschwitz,
por motivos similares: concebir la vida según el principio de utilidad hace que
entendamos todo lo vivo, tanto a la Naturaleza como a los hombres que forman
parte de ella, de manera similar a una materia prima explotable; incluso cuando
lo que se produzca, como en el caso del Campo de Exterminio, sean cadáveres,
siguiendo el mayor principio de eficiencia posible. En un estadio posterior y
post-industrial, hemos transitado de la fabricación militar de armas sin
piloto, los famosos drones, a la fabricación civil de medios de transporte sin
conductor, los célebres coches automáticos, cada vez más cercanos a su
implementación cotidiana.
Igual que ya supieron ver dos neo-paganos y
neo-románticos, si es que la separación existe, como Knut Hamsun y D.H.
Lawrence, no hay diferencia entre socialismo y liberalismo, en ese sentido. La
Modernidad se mueve, con respecto a la técnica, en un sentido idéntico:
favoreciendo la estatolatría o, en su defecto, el avance post-industrial al
servicio de alguna gran empresa privada. La apología de la técnica tiene lugar
en ambos casos, como evidenció la así llamada Guerra Fría a través de sus dos
contendientes: los EEUU y la URSS. Cuyo resultado es ARPANET, proyecto militar
ensayado en California del que nacerá Internet. La carrera espacial es un buen
ejemplo de ello. Solo que con el paso de las décadas, la desmaterialización de
las máquinas se ha hecho evidente: el desarrollo la nube, la implementación del
metaverso, los microchips… Hacia un fetichismo inorgánico de la mercancía. Como
se apunta cada vez de manera más insistente, el objetivo consiste en
transformar lo que ahora es una extensión física de nosotros, el smartphone, para que pronto esté
incluido en nuestro propio organismo, de forma que la realidad virtual se
confunda con la propia materialidad del mundo, al menos según nuestra particular
percepción de él.
Lo contrario a cualquier noción de eternidad o
trascendencia es la lógica capitalista de la obsolescencia programada. Donde el
pasado transita de la perennidad a la fluidez. La utilidad ha sustituido al
sentido a la hora de regir nuestra vida; debemos hacer cosas útiles, valorables
desde el punto de vista de la cantidad y no de la cualidad, en lugar de
acciones con sentido. Los productos no sólo son sustituibles, sino que con
frecuencia son sustituidos, especialmente si la temporada es de rebajas; se
asume, así, la destrucción y el reemplazo como algo natural para favorecer la
producción y el consumo, con su consecuente repercusión en las otras facetas de
nuestra vida: la obsolescencia programada también en el ámbito de los afectos.
Cortesía de la sencillez de Tinder y la inmejorable compañía del Satisfyer. Cuanto
más inteligentes son las máquinas, menos lo somos los hombres; cuanto más
comunicados estamos desde el punto de vista técnico, más incomunicados nos
encontramos desde el punto de vista social.
La lógica cultural también se ha vuelto, en ese
sentido, lógica de consumo. Usamos términos relativos a la producción para
referirnos a la creación artística y a su recepción por parte del público. El Espectáculo
que actualmente domina las manifestaciones culturales que acaparan la atención
de la mayoría de dicho público ha ganado presencia en nuestras vidas, gracias
al acortamiento de los procesos de producción, que en buena medida adopta y
hasta amplía la lógica de consumo. Una vez más, es la ficción quien mejor ha
anticipado las consecuencias sobre lo humano de este trascendental cambio
histórico. El cyberpunk ha plasmado con
más precisión que nadie las posibilidades de resistencia frente a dicho
proceso. Mientras que Theodore Kaczynski fracasó en su intento por alertar a la
sociedad, valiéndose de métodos delirantes; y nociones como la del “emboscado”
de Jünger resultan cada vez más difíciles de aplicar, en este horizonte de
“movilización total”; se hace necesario “cabalgar el tigre”, usar la máquina
contra la propia máquina, revertir la intencionalidad de la actual
tecnopolítica y sustituirla, a cambio, por otra. Algo todavía posible, según
han señalado Nick Land o Guillaume Faye, en un horizonte “multipolar”, tal y
como lo denomina Aleksandr Duguin, en el que aparecen nuevos actores relevantes
sobre el mapa geopolítico mundial. Un ejemplo de ello es la China
post-comunista: con sus peligros y sus oportunidades ínsitas.
Insignes escritores de nuestro tiempo como
William Gibson, J.G. Ballard, Bruce Sterling o Neal Stephenson lo supieron ver
antes que nadie: los hackers y sus
equivalentes son los héroes que luchan contra el Imperio de la técnica desde
dentro. La desmaterialización definitiva del dinero, que está en marcha y puede
consumarse antes de lo que pensamos, con su consecuente oposición por parte de
los partidarios del Bitcoin y otras monedas similares, de difícil regulación
según los parámetros de la estatolatría y la “silicolonización del mundo”, es
otro campo de batalla más. El mundo dibujado en los años 80 por ficciones como Blade Runner (1982), sobre un relato de
Philip K. Dick, se ha sobrepasado con creces. La distopía ya está aquí y no
podemos seguir cerrando los ojos ante dicha realidad; la lucha por el imaginario
es, antes que nada y por encima de todo, una lucha por el dominio de la
tecnopolítica.
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