ARDE AMÉRICA: Historia del magnicidio de JFK. Por Guillermo Mas Arellano.
ARDE AMÉRICA:
Historia del magnicidio de JFK
Por Guillermo Mas Arellano
En las últimas horas, el magnicidio más
famoso del siglo XX, con permiso del archiduque Francisco Fernando y Gavrilo
Princip, ha vuelto a convertirse en material de actualidad después de que el recién
electo Donald Trump haya hecho efectiva una desclasificación masiva documentos
al tiroteo ocurrido el viernes 22 de noviembre de 1963 en Dallas.
El asesinato de John Fitzgerald Kennedy
es el punto cero de cualquier teoría de la conspiración: el propio término
«conspiranoico», hoy tan en boga, fue acuñado por la prensa oficial en las
semanas posteriores al atentado con el objetivo de desprestigiar y estigmatizar
a todos aquellos que no compraran la autoría exclusiva de Lee Harvey Oswald, el
mismo chivo expiatorio que sería asesinado apenas 48 horas después de la muerte
de JFK a manos de un mafioso local, Jack Ruby. Y, a diferencia de lo ocurrido
con Kennedy, este segundo asesinato sí que sería televisado en directo a lo
largo y ancho del mund0.
Lo primero que hay que señalar sobre este
magnicidio es que Lee Harvey Oswald era parte de una trama mayor en la que él
fue utilizado sin conocimiento de causa para encubrir a los verdaderos
tiradores. La primera razón para constatar este dato es la dirección de las
balas (delantera, no trasera), que podemos observar con claridad en la célebre
grabación del farmacéutico (y masón) Abraham Zapruder, que sería publicada casi
una década después de su filmación original.
Si este hecho fue ocultado, junto con otras
flagrantes evidencias, por medio de una delirante versión oficial que incluye
toda una «bala mágica» es porque lo ocurrido en Dallas, junto con las muertes
de, respectivamente, Martin Luther King y Robert Kennedy en 1968, supone todo
un Golpe de Estado por parte del Complejo-Militar-Industrial-Armamentístico en
una época de la Historia norteamericana protagonizada por la Guerra de Vietnam.
Es altamente improbable que las
revelaciones facilitadas por la Administración Trump vayan a suponer un cambio
relevante en lo que sabemos del magnicidio: su padre, el ingeniero John G.
Trump, fue un estrecho colaborador de la Sociedad John Birch, un influyente
grupo de extrema derecha cuyo núcleo duro estaba formado por militares cercanos
al Douglas MacArthur, uno de los arquitectos del Deep State tal y como lo conocemos. En otras palabras: el padre de
Trump trabajó mano a mano con algunos de los tipos que telefonearon desde el
Pentágono para dar la orden definitiva aquel viernes 22 de noviembre. Pero a
eso ya llegaremos.
El 22 de noviembre de 1963 a las 12:30
horas, algo falló en el plan: un hombre quedó fuera de control durante
prácticamente una hora y media. Con toda probabilidad debía haber sido
ejecutado instantes después de la muerte del Presidente; en lugar de eso,
desapareció y, finalmente, acabó siendo detenido por varios agentes de policía,
entre los que se encontraba el agente Nick Mcdonald, en una sala de cine de
renombre, el Teatro Texas de Dallas.
Su nombre era Lee Harvey Oswald y había
sido un soldado brillante del ejército norteamericano. Cruzó la puerta de la
comisaría con el puño cerrado en alto. Durante las siguientes horas fue
interrogado sin la presencia de su abogado y sin que nadie dejara constancia
del contenido de dichas conversaciones. En sus breves apariciones públicas de
esos dos días, entre traslados y comparecencias, dejó varias declaraciones
impactantes: «yo no he matado a nadie», «necesito representación legal» o «sólo
soy un cabeza de turco».
Apenas unas horas después de su
detención, tras esos casi 90 minutos de libertad en los que reinó el caos entre
los planes de los traidores, ocurrió lo peor el 24 de noviembre de 1963, cuando
Oswald, un joven de 24 años, era tiroteado delante de las cámaras de televisión
que llevaron las imágenes de su asesinato en directo a todo el mundo. Jamás se
había emitido algo semejante; y nada volvería a ser igual después en el
imaginario popular. Cuando el 11 de septiembre de 2001 millones de personas
miraron en el televisor la destrucción del World Trade Center solo hacían que
reafirmar una era que había empezado años atrás con Oswald: el tiempo del
Simulacro. Aquel momento era la pérdida de la inocencia de Occidente y la
llegada de un complejo militar-tecnocientífico-industrial al poder. Y la
tecnocracia protagonizada por Elon Musk es la última etapa de ese proceso.
Desde que el Fiscal del Distrito Jim
Garrison investigara a Clay Shaw (también conocido como Clay Bertrand) a
finales de los años 60, sabemos quién y por qué mató a Kennedy; no hay lugar a
los reparos o las dudas, a pesar de la persecución al que se empeña en volver
al magnicidio más célebre del Mundo Moderno: tenemos los nombres, las fallas de
la versión oficial y las motivaciones evidentes; aunque todavía no sepamos
quién era Oswald y qué hacía en Dallas aquel día: los interrogantes son casi
totales y todo documento oficial al respecto lleva décadas destruido. También
sabemos que los mismos que organizaron el magnicidio el 22/11/63 replicaron,
con técnicas muy similares y por motivos totalmente afines, la operación en
otros célebres y determinantes trabajos posteriores.
Las pruebas balísticas que analizaron las
supuestas huellas de Oswald en el rifle (tomadas con toda probabilidad tras su
muerte), la procedencia (dudosa) y utilidad del mismo (ídem) o la hipotética
trayectoria de las balas (imposible) evidencian, junto la gran cantidad de
testimonios recabados —aunque muchos de los testigos fueron intimidados o
asesinados, como por ejemplo María Stults Sherman, en los meses y años
posteriores al magnicidio—, las irregularidades en la versión oficial que
inculpa a Lee como autor del crimen en solitario.
Que ese disparo pudiera hacerlo Oswald
con esa arma en concreto y desde el Texas School Book Depository es algo que
hoy en día resulta mucho más que cuestionable; más inverosímil aún, si cabe, nos
parece el hecho de que, en la hora antes referida donde Oswald estuvo fuera de
control, se dedicara a matar al policía de servicio J.D. Tippit, situado a una
gran distancia de su ubicación real, entonces corroborada por un taxista que le
llevó en su coche como pasajero –posteriormente dicho testigo fue “eliminado”,
como tantos otros en los años posteriores, en un accidente plagado de
irregularidades. Fueron más de cuatro disparos, los del magnicidio, porque
había más de tres tiradores, en un fuego cruzado perfecto, y ninguno de ellos
era LHO.
Oswald se crio en un orfanato y, a la
edad de 17 años, ingresó en las Fuerzas Armadas con un expediente brillante en
casi todas las categorías, menos la de tiro. En calidad de marine fue destinado
a la base aérea de Atsugi, en Japón, donde acabó empleado en un puesto de
técnico de radares, desde donde se realizaban acciones de espionaje a Rusia
bajo el marco del Programa de vuelo U-2 de la Oficina de Inteligencia Naval
(ONI). Más tarde, durante su estancia de seis días en México en el año de 1963,
Oswald trabajó a las órdenes del “fontanero” E. Howard Hunt, agente de la CIA
que posteriormente estaría a cargo del Escándalo Watergate, como ya lo había
estado de la Operación Bahía de Cochinos (1961).
Años después, en 1972, la propia mujer de
Hunt, la también agente de la CIA Dorothy Hunt, moriría en un extraño accidente
aéreo, supuestamente por pretender revelar la verdad de Dallas a la prensa,
ante las presiones desencadenadas por las investigaciones realizadas por Bob
Woodward para The Washington Post. En su lecho de muerte, Hunt reconoció su
participación en el evento junto con otros agentes cuyos nombres podemos
afirmar hoy casi sin miedo al error: Jean René Souetre, Frank Sturgis, Michel
Mertz, Malcolm Wallace, David Sánchez Morales, Lucien Sarti, Roy Hargraves,
Felipe Vidal Santiago, Loran Eugene Hall y David Ferrie.
Precisamente fue con el piloto David
Ferrie, más tarde “suicidado” en 1967, con quien Oswald había trabajado
entrenando a soldados cubanos para la Operación Bahía de Cochinos
(desaprovechada “por culpa” de Kennedy) y tantas otras similares realizadas o por
realizar en el marco de la Operación Northwoods ideada por el militar Edward
Lansdale de la CIA. La actividad supuestamente pro-castrista de Oswald, con
toda probabilidad una tapadera, llegó a un punto máximo en 1959, cuando se
trasladó a la URSS y abandonó su nacionalidad estadounidense, tras pasar un
breve período de ingreso en un hospital psiquiátrico, para casarse con una rusa
llamada Marina.
A pesar de estar acusado como traidor,
Oswald, que había aprendido ruso durante su estancia en la marina, pudo
regresar sin problema a los EEUU, y ni siquiera fue interrogado por la CIA,
como mandaba el protocolo entonces vigente para casos similares. Para entonces
ya había sido expulsado con deshonor y por propia voluntad de su carrera
militar. Años después, tras permanecer mucho tiempo convencida de la versión
oficial, Marina Oswald declararía: «Mi marido era inocente, aquello fue un
auténtico golpe de estado». Un golpe de estado mundial perpetrado por un
Imperio de ambición global.
El militar Oswald no tenía nada contra
Kennedy, su Presidente, más allá de la “tapadera” pro-comunista que utilizaba
como agente doble, a diferencia de un grupo de militares ubicados en la parte
más noble del Pentágono, compuesta entonces por, entre otros, el general Curtis
LeMay, el recién destituido general Edwin Walker y el general Lyman Leimitzer,
que pusieron al exdirector de la CIA Allen Dulles al cargo de la operación para
eliminar al Presidente.
Este pequeño grupo de conspiradores eran
los dirigentes del Consejo de Seguridad Estadounidense (ASC): veteranos de
Japón relacionados con el General MacArthur, responsables de auténticas
atrocidades en forma de bombardeos durante la IIGM, así como bien conectados
con el mundo de las empresas armamentísticas y con la influyente familia
Rockefeller, que tenía sus propios intereses económicos, representados por el
Consejo de Relaciones Exteriores, y que una década después crearía otro
influyente think tank geopolítico: La
Comisión Trilateral.
Quienes ordenaron la ejecución del
Presidente, los Edwin Walker, Arthur Radford y Pedro del Valle, eran gente
poderosa e irritable, muy cercana ideológicamente a la extrema derecha, con
fuertes intereses personales en la industria armamentística, de cara a
participar en Vietnam, e incapaz de perdonar a JFK el desastre de la Bahía de
Cochinos o el riesgo innecesario que se sufrió en la crisis de los misiles
(1962) que tuvo lugar tan solo unos meses antes del magnicidio.
Hombres poderosos, como el magnate del
petróleo Haroldson Lafayette Hunt, que no estaban dispuestos a dejar el país en
manos de los defensores de una América interracial que no era la que
consideraban haber defendido en los rescoldos de las dos guerras mundiales.
Empresarios con poder político e intereses directos en algunas de las grandes
empresas que entonces componían el Complejo Militar-Tecnocientífico-Industrial.
En los mismos grupos cubanos donde se
sabe que participó Oswald en calidad instructor, éste coincidió con George
Efythron Joannides, que durante 1963 fue el encargado dentro de la CIA de
dirigir el Departamento de Guerra Psicológica en Miami y que formó parte del
Proyecto MK-Ultra de control mental. Bajo este marco operacional, tuvieron
lugar una serie de actividades a día de hoy todavía secretas con el nombre de
AMSPELL, que actualmente se relacionan con la actividad de algunos activistas
favorables a un nuevo episodio similar a Bahía de Cochinos en el que se tratara
de relacionar al asesino de Kennedy con Castro.
Es un hecho probado que la Mafia y la
CIA, dos grupos secretos dominados por la Omertá
y basados en el modelo anterior de la Compañía de Jesús fundada por Ignacio
de Loyola, colaboraron para matar a Fidel Castro utilizando artilugios químicos
ideados por, entre otros, Sidney Gottlieb, padre del Proyecto MK-Ultra y del
Proyecto Artichoke. A estas alturas es también un hecho probado que la CIA puso
la infraestructura y la Mafia la financiación para el asesinato de JFK y la
inmediata inculpación de Lee Harvey Oswald. Seguramente se trató de apuntar a
Castro como responsable, o al menos a los grupos pro-castristas relacionados
con esa tapadera que era la asociación Juego Limpio para Cuba, por medio de la
vinculación con Oswald, para alentar una posible invasión futura de Cuba.
Esto se debe a otro hecho a estas alturas
bastante factible, si se sigue la pista dejada por E. Howard Hunt en su
confesión al final de su vida: la vinculación entre los agentes de la CIA que
participaron en el magnicidio de Dallas y los artífices del Escándalo Watergate
apenas una década después. J. C. King, uno de los peces gordos de la CIA,
llevaba años captando a contrarrevolucionarios cubanos como Eladio del Valle
(asesinado en 1967 por la CIA), Herminio Díaz García (murió en 1966 tratando de
asesinar a Castro) o Rolando Masferrer (asesinado en 1975 por la CIA), para
trazar un Plan de Operaciones Encubiertas, más conocidas como Black Ops, contra Castro. Cabe señalar,
en este punto, que el propio Watergate fue un Golpe de Estado para borrar a
Nixon de la Casa Blanca.
JFK no quería incrementar la
participación de su Gobierno en el conflicto en marcha de Vietnam, más bien
todo lo contrario; en cambio, sus sucesores apostaron hasta las últimas
consecuencias por una participación directa en el conflicto, mucho más favorable
a los intereses del Complejo-Militar-Tecnocientífico-Industrial. Algo que,
sumado tanto al desastre de Bahía de Cochinos, donde el papel de Kennedy fue
clave en la derrota.
Junto a la Crisis de los Misiles, que
casi se salda con la destrucción del mundo, llevó a varios altos cargos del
Estado Profundo a sentenciar al Presidente a muerte. Tan solo 20 días antes de
Dallas, el 2 de noviembre de 1963, Ngô Đình Diệm, entonces
Presidente de la República de Vietnam del Sur con una política contraria a
instalar bases militares estadounidenses en el país, fue asesinado a
consecuencia de un golpe de Estado orquestado y respaldado por la CIA.
Allen Dulles y la primera cúpula de la
CIA fueron destituidos al poco de la llegada de JFK al cargo, tanto por Bahía
de Cochinos como por el asesinato de Patrice Lumumba y las extrañas
circunstancias que rodeaban la muerte del dirigente de la ONU Dag Hammarskjöld:
uno de tantos accidentes de avión defenestrados. Más tarde, Hale Boggs, el
único miembro de la Comisión Warren que manifestó públicamente su desacuerdo
con las conclusiones alcanzadas por el Informe, desapareció junto con todo el
pasaje de un avión, aún sin encontrar, con destino a Alaska.
Era el 16 de octubre de 1972 y Boggs
había anunciado importantes revelaciones sobre la muerte de Kennedy y la verdad
oculta tras el atentado del Watergate. Su muerte “accidental”, como la de
tantos otros, fue muy conveniente para que dichas revelaciones jamás vieran la
luz. Más tarde este procedimiento de “eliminación” fue amparado bajo el
Programa Phoenix, dirigido por William Colby desde 1967, asesinando a numerosos
civiles sin dejar rastro en forma de papeleo alguno a su espalda.
El propio exdirector de la CIA William
Colby desapareció en 1996 durante más de una semana sin dejar otro rastro que
una pequeña barca abandonada en un lago cercano a su domicilio. Más tarde el
cadáver fue hallado cerca de ese mismo lugar, con una bala en la cabeza. Otro
suicidio “conveniente” para que la verdad no pudiera ser conocida a tiempo de
ser socialmente relevante.
Por su parte, Kennedy no ocultó en ningún
momento sus intenciones por frenar las actividades paramilitares de la CIA en
suelo extranjero; de la misma forma que su hermano Robert había comenzado a
investigar a fondo a la Mafia. El propio Dulles sería más tarde uno de los
encargados de aclarar la muerte de Kennedy para la Comisión Warren que, durante
mucho tiempo, ha constituido la versión oficial del magnicidio, definiendo la
culpabilidad exclusiva de Oswald y la teoría de la bala mágica, dos fórmulas hoy
ya desmentidas con sobradas evidencias.
Cuba era un negocio para la Mafia de un
valor incalculable; y a través de figuras desde luego interesadas en asesinar a
JFK, sobre todo para mermar la influencia de su hermano Bobby, como la de
Santos Traficante o Carlos Marcelo, la relación entre la CIA y los mafiosos era
fructífera, y Jack Ruby, asesino de Oswald, ejemplifica mejor que nadie el
puente de unión entre ambas.
La Operación Northwoods, que pretendía
generar un atentado de falsa bandera, a la manera del Maine, para justificar la
invasión de Cuba, contó con la colaboración expresa de la Mafia, que anhelaba
recuperar sus casinos cubanos como en los tiempos de Fulgencio Batista. Los
métodos favoritos para esta Operación eran el ataque aéreo falso, la
destrucción de un barco militar o la utilización de terroristas cubanos
protagonizando tiroteos en suelo norteamericano. Entre sus principales
valedores estaban algunos conocidos militares de extrema derecha como los ya
citados Lyman Lemnitzer, Edwin Walker y Curtis LeMay. Fue JFK quien se opuso a
la aplicación de la Operación Northwoods, puesto que su política de futuro
estaba más orientada a un acercamiento amistoso hacia la URSS y más
concretamente Cuba.
Los asesinatos de Martin Luther King,
Robert Kennedy y Malcolm X. son extensiones de la muerte de Kennedy;
representan un auténtico golpe de estado por parte de un poder profundo que une
a la Mafia con la CIA, el Pentágono y un Complejo militar-tecnocientífico-industrial
nacido sobre todo a partir del Proyecto Manhattan. Los asesores de Bob Kennedy
presentes en Dallas informarán al entonces Fiscal General de la presencia de
más de un tirador en el magnicidio, contraviniendo la verdad oficial. El
proyecto Farewell America surgió del contacto entre miembros del servicio
secreto francés allegados al propio Charles de Gaulle con Bobby, mediante la
figura de un espía que empleaba el nombre falso de Hervé Lamarr.
Siguiendo con esa certeza, Robert Kennedy
se presentó a unas elecciones en las que los escrutinios le daban por claro
vencedor frente al “tramposo Dick” Nixon, decidido como estaba a liberar toda
la información de las verdaderas circunstancias de la muerte de su hermano.
Tras el asesinato de Bobby a manos de otro cabeza de turco del Proyecto
MK-Ultra, como lo fue Sirhan Sirhan, todo el material destinado para el futuro
presidente fue a parar a un libro titulado Arde
América. Lo ocurrido en el Hotel Ambassador aquel 6 de junio de 1968 fue
otro atentado tan conveniente para el Poder como lleno de sombras: se
dispararon más balas de las que tenía la pistola del supuesto asesino.
Así pues, podemos hablar de una guerra
abierta entre un sector de la CIA protagonizado por Allen Dulles y E. Howard
Hunt con un sector militar liderado por Lyman Lemnitzer y Curtis LeMay,
incluyendo como eslabón a una parte de la Mafia de Florida y Chicago, de la
mano de Santos Traficante y Carlos Marcelo, contra la familia Kennedy. Una
guerra ganada por los primeros y con importantes bajas en el bando de los
segundos: John F. Kennedy Jr., hijo de JFK, murió en extrañas circunstancias
durante un vuelo el 16 de julio de 1999, tras manifestar su voluntad de
presentarse a las elecciones.
No es casualidad que fuera Ted Kennedy
quien en los años 70, casi una década después, llevara al senado la
investigación de un proyecto secreto de la CIA llamado MK-Ultra; y ahora es
Robert F. Kennedy, hijo de RFK, quien con más ahínco está combatiendo la
versión oficial de la pandemia y el papel de las grandes empresas farmacéuticas
en los Estados Unidos. En la citada investigación sobre MK-Ultra, el químico
encargado de dirigir la Operación, Sidney Gottlieb, declaró que el objetivo del
programa no era tanto encontrar un suero de la verdad, como se ha repetido
tantas veces, sino más bien tratar de dirigir el comportamiento humano a través
de sustancias.
De todo lo que ha sido desclasificado en
lo relativo a MK-Ultra, lo más llamativo es un programa derivado de éste,
llamado Artichoke, por el que, a través del uso de drogas (mescalina, ácido,
LSD), se pretendía programar mentalmente a asesinos para que actuaran contra su
voluntad, como en estado de trance. Se ha especulado con la posibilidad de que
algunos célebres asesinos de la Historia de los Estados Unidos, tales como
Theodore Kaczynski, Timothy McVeigh o incluso Oswald formaran parte de una
versión estadounidense de la Operación GLADIO de la CIA para programar
asesinatos y magnicidios (incluso se podrían haber usado mecanismos
electrónicos a distancia).
Incluso James Earl Ray, asesino de Martin
Luther King, habló siempre de la ayuda recibida de un tal “Raúl”, encarnación
de un “agente” de la CIA que participó en el magnicidio y en los hechos
posteriores, y cuya identidad real nunca se ha llegado a confirmar.
El propio Sirhan Sirhan, que mató a Bob
Kennedy con 24 años, la misma edad que Oswald, confesó más adelante haber
atentado contra el candidato a la Presidencia bajo un extraño efecto de
“hipnosis” similar al de quien ha consumido drogas; y habló directamente de una
relación con el Proyecto MK-Ultra, como ha ocurrido en otros casos posteriores,
aunque probablemente ni Ray, ni Sirhan, igual que ocurriera antes en el caso de
Oswald, modelo imitado una y otra vez en este tipo de atentados, fueron
siquiera los tiradores reales en sus respectivos magnicidios.
La Historia –con mayúscula– es un camino
dibujado con la sangre de la traición, que se repite como farsa y evidencia que
el poder de una palabra resume el interés por asesinar a Kennedy; podría ser
“Cuba” o simplemente “dinero”, pero en realidad es: “Vietnam”. JFK pensaba
desmantelar la participación estadounidense en dicho conflicto a principios de
1964; de hecho, ya había comenzado a hacerlo para noviembre de 1963.
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