ARDE AMÉRICA: Historia del magnicidio de JFK. Por Guillermo Mas Arellano.

ARDE AMÉRICA:

Historia del magnicidio de JFK


Por Guillermo Mas Arellano



Nota aclaratoria: Yo hice una serie sobre este libro en mi canal hará cosa de un año. Y hace dos semanas mandé a la Gaceta dos artículos basados en Arde América analizando el asunto JFK. Ahora me entero que Enrique de Vicente lo recomendó el jueves en Horizonte y se ha agotado en librerías. He querido aclararlo porque no sé cuándo saldrán los artículos en La Gaceta, pero no quiero que nadie piense que la foto de Iker Jiménez sosteniendo el libro ha tenido nada que ver con ellos. Son anteriores, igual que la serie de vídeos en mi canal: Catastrofismo --- Arde América (I) | Pura Virtud

En las últimas horas, el magnicidio más famoso del siglo XX, con permiso del archiduque Francisco Fernando y Gavrilo Princip, ha vuelto a convertirse en material de actualidad después de que el recién electo Donald Trump haya hecho efectiva una desclasificación masiva documentos al tiroteo ocurrido el viernes 22 de noviembre de 1963 en Dallas.

El asesinato de John Fitzgerald Kennedy es el punto cero de cualquier teoría de la conspiración: el propio término «conspiranoico», hoy tan en boga, fue acuñado por la prensa oficial en las semanas posteriores al atentado con el objetivo de desprestigiar y estigmatizar a todos aquellos que no compraran la autoría exclusiva de Lee Harvey Oswald, el mismo chivo expiatorio que sería asesinado apenas 48 horas después de la muerte de JFK a manos de un mafioso local, Jack Ruby. Y, a diferencia de lo ocurrido con Kennedy, este segundo asesinato sí que sería televisado en directo a lo largo y ancho del mund0.

Lo primero que hay que señalar sobre este magnicidio es que Lee Harvey Oswald era parte de una trama mayor en la que él fue utilizado sin conocimiento de causa para encubrir a los verdaderos tiradores. La primera razón para constatar este dato es la dirección de las balas (delantera, no trasera), que podemos observar con claridad en la célebre grabación del farmacéutico (y masón) Abraham Zapruder, que sería publicada casi una década después de su filmación original.

Si este hecho fue ocultado, junto con otras flagrantes evidencias, por medio de una delirante versión oficial que incluye toda una «bala mágica» es porque lo ocurrido en Dallas, junto con las muertes de, respectivamente, Martin Luther King y Robert Kennedy en 1968, supone todo un Golpe de Estado por parte del Complejo-Militar-Industrial-Armamentístico en una época de la Historia norteamericana protagonizada por la Guerra de Vietnam.

Es altamente improbable que las revelaciones facilitadas por la Administración Trump vayan a suponer un cambio relevante en lo que sabemos del magnicidio: su padre, el ingeniero John G. Trump, fue un estrecho colaborador de la Sociedad John Birch, un influyente grupo de extrema derecha cuyo núcleo duro estaba formado por militares cercanos al Douglas MacArthur, uno de los arquitectos del Deep State tal y como lo conocemos. En otras palabras: el padre de Trump trabajó mano a mano con algunos de los tipos que telefonearon desde el Pentágono para dar la orden definitiva aquel viernes 22 de noviembre. Pero a eso ya llegaremos.

El 22 de noviembre de 1963 a las 12:30 horas, algo falló en el plan: un hombre quedó fuera de control durante prácticamente una hora y media. Con toda probabilidad debía haber sido ejecutado instantes después de la muerte del Presidente; en lugar de eso, desapareció y, finalmente, acabó siendo detenido por varios agentes de policía, entre los que se encontraba el agente Nick Mcdonald, en una sala de cine de renombre, el Teatro Texas de Dallas.

Su nombre era Lee Harvey Oswald y había sido un soldado brillante del ejército norteamericano. Cruzó la puerta de la comisaría con el puño cerrado en alto. Durante las siguientes horas fue interrogado sin la presencia de su abogado y sin que nadie dejara constancia del contenido de dichas conversaciones. En sus breves apariciones públicas de esos dos días, entre traslados y comparecencias, dejó varias declaraciones impactantes: «yo no he matado a nadie», «necesito representación legal» o «sólo soy un cabeza de turco».

Apenas unas horas después de su detención, tras esos casi 90 minutos de libertad en los que reinó el caos entre los planes de los traidores, ocurrió lo peor el 24 de noviembre de 1963, cuando Oswald, un joven de 24 años, era tiroteado delante de las cámaras de televisión que llevaron las imágenes de su asesinato en directo a todo el mundo. Jamás se había emitido algo semejante; y nada volvería a ser igual después en el imaginario popular. Cuando el 11 de septiembre de 2001 millones de personas miraron en el televisor la destrucción del World Trade Center solo hacían que reafirmar una era que había empezado años atrás con Oswald: el tiempo del Simulacro. Aquel momento era la pérdida de la inocencia de Occidente y la llegada de un complejo militar-tecnocientífico-industrial al poder. Y la tecnocracia protagonizada por Elon Musk es la última etapa de ese proceso.

Desde que el Fiscal del Distrito Jim Garrison investigara a Clay Shaw (también conocido como Clay Bertrand) a finales de los años 60, sabemos quién y por qué mató a Kennedy; no hay lugar a los reparos o las dudas, a pesar de la persecución al que se empeña en volver al magnicidio más célebre del Mundo Moderno: tenemos los nombres, las fallas de la versión oficial y las motivaciones evidentes; aunque todavía no sepamos quién era Oswald y qué hacía en Dallas aquel día: los interrogantes son casi totales y todo documento oficial al respecto lleva décadas destruido. También sabemos que los mismos que organizaron el magnicidio el 22/11/63 replicaron, con técnicas muy similares y por motivos totalmente afines, la operación en otros célebres y determinantes trabajos posteriores.

Las pruebas balísticas que analizaron las supuestas huellas de Oswald en el rifle (tomadas con toda probabilidad tras su muerte), la procedencia (dudosa) y utilidad del mismo (ídem) o la hipotética trayectoria de las balas (imposible) evidencian, junto la gran cantidad de testimonios recabados —aunque muchos de los testigos fueron intimidados o asesinados, como por ejemplo María Stults Sherman, en los meses y años posteriores al magnicidio—, las irregularidades en la versión oficial que inculpa a Lee como autor del crimen en solitario.

Que ese disparo pudiera hacerlo Oswald con esa arma en concreto y desde el Texas School Book Depository es algo que hoy en día resulta mucho más que cuestionable; más inverosímil aún, si cabe, nos parece el hecho de que, en la hora antes referida donde Oswald estuvo fuera de control, se dedicara a matar al policía de servicio J.D. Tippit, situado a una gran distancia de su ubicación real, entonces corroborada por un taxista que le llevó en su coche como pasajero –posteriormente dicho testigo fue “eliminado”, como tantos otros en los años posteriores, en un accidente plagado de irregularidades. Fueron más de cuatro disparos, los del magnicidio, porque había más de tres tiradores, en un fuego cruzado perfecto, y ninguno de ellos era LHO.

Oswald se crio en un orfanato y, a la edad de 17 años, ingresó en las Fuerzas Armadas con un expediente brillante en casi todas las categorías, menos la de tiro. En calidad de marine fue destinado a la base aérea de Atsugi, en Japón, donde acabó empleado en un puesto de técnico de radares, desde donde se realizaban acciones de espionaje a Rusia bajo el marco del Programa de vuelo U-2 de la Oficina de Inteligencia Naval (ONI). Más tarde, durante su estancia de seis días en México en el año de 1963, Oswald trabajó a las órdenes del “fontanero” E. Howard Hunt, agente de la CIA que posteriormente estaría a cargo del Escándalo Watergate, como ya lo había estado de la Operación Bahía de Cochinos (1961).

Años después, en 1972, la propia mujer de Hunt, la también agente de la CIA Dorothy Hunt, moriría en un extraño accidente aéreo, supuestamente por pretender revelar la verdad de Dallas a la prensa, ante las presiones desencadenadas por las investigaciones realizadas por Bob Woodward para The Washington Post. En su lecho de muerte, Hunt reconoció su participación en el evento junto con otros agentes cuyos nombres podemos afirmar hoy casi sin miedo al error: Jean René Souetre, Frank Sturgis, Michel Mertz, Malcolm Wallace, David Sánchez Morales, Lucien Sarti, Roy Hargraves, Felipe Vidal Santiago, Loran Eugene Hall y David Ferrie.

Precisamente fue con el piloto David Ferrie, más tarde “suicidado” en 1967, con quien Oswald había trabajado entrenando a soldados cubanos para la Operación Bahía de Cochinos (desaprovechada “por culpa” de Kennedy) y tantas otras similares realizadas o por realizar en el marco de la Operación Northwoods ideada por el militar Edward Lansdale de la CIA. La actividad supuestamente pro-castrista de Oswald, con toda probabilidad una tapadera, llegó a un punto máximo en 1959, cuando se trasladó a la URSS y abandonó su nacionalidad estadounidense, tras pasar un breve período de ingreso en un hospital psiquiátrico, para casarse con una rusa llamada Marina.

A pesar de estar acusado como traidor, Oswald, que había aprendido ruso durante su estancia en la marina, pudo regresar sin problema a los EEUU, y ni siquiera fue interrogado por la CIA, como mandaba el protocolo entonces vigente para casos similares. Para entonces ya había sido expulsado con deshonor y por propia voluntad de su carrera militar. Años después, tras permanecer mucho tiempo convencida de la versión oficial, Marina Oswald declararía: «Mi marido era inocente, aquello fue un auténtico golpe de estado». Un golpe de estado mundial perpetrado por un Imperio de ambición global.

A la vista de todo lo anterior y de lo que añadiremos en la continuación de este artículo, estoy dispuesto a debatir con cualquiera acerca de la supuesta autoría de Oswald en el magnicidio. Las fallas de la versión oficial se hicieron evidentes en las horas posteriores al asesinato, pero nadie quiso atender a ellas, también en nuestros días. Ya en 1967 y bajo el pseudónimo de James Hepburn, un grupo de agentes del servicio secreto francés,c leales hombres en estrecha colaboración con Charles De Gaulle, remitieron un libro, a nombre de Hervé Lamarr, con el título de Arde América (Farewell America), al agente del FBI Bill Turner donde se desglosaban con enorme precisión y alto grado de exactitud los detalles generales de la conspiración. A lo largo de dos años, el libro fue traducido a numerosas lenguas, como el alemán, el italiano o el español, obteniendo un elevado número de ventas. A pesar de ello, la versión oficial establecida por la Comisión Warren, ha seguido siendo la predominante hasta nuestros días.

El militar Oswald no tenía nada contra Kennedy, su Presidente, más allá de la “tapadera” pro-comunista que utilizaba como agente doble, a diferencia de un grupo de militares ubicados en la parte más noble del Pentágono, compuesta entonces por, entre otros, el general Curtis LeMay, el recién destituido general Edwin Walker y el general Lyman Leimitzer, que pusieron al exdirector de la CIA Allen Dulles al cargo de la operación para eliminar al Presidente.

Este pequeño grupo de conspiradores eran los dirigentes del Consejo de Seguridad Estadounidense (ASC): veteranos de Japón relacionados con el General MacArthur, responsables de auténticas atrocidades en forma de bombardeos durante la IIGM, así como bien conectados con el mundo de las empresas armamentísticas y con la influyente familia Rockefeller, que tenía sus propios intereses económicos, representados por el Consejo de Relaciones Exteriores, y que una década después crearía otro influyente think tank geopolítico: La Comisión Trilateral.

Quienes ordenaron la ejecución del Presidente, los Edwin Walker, Arthur Radford y Pedro del Valle, eran gente poderosa e irritable, muy cercana ideológicamente a la extrema derecha, con fuertes intereses personales en la industria armamentística, de cara a participar en Vietnam, e incapaz de perdonar a JFK el desastre de la Bahía de Cochinos o el riesgo innecesario que se sufrió en la crisis de los misiles (1962) que tuvo lugar tan solo unos meses antes del magnicidio.

Hombres poderosos, como el magnate del petróleo Haroldson Lafayette Hunt, que no estaban dispuestos a dejar el país en manos de los defensores de una América interracial que no era la que consideraban haber defendido en los rescoldos de las dos guerras mundiales. Empresarios con poder político e intereses directos en algunas de las grandes empresas que entonces componían el Complejo Militar-Tecnocientífico-Industrial.

En los mismos grupos cubanos donde se sabe que participó Oswald en calidad instructor, éste coincidió con George Efythron Joannides, que durante 1963 fue el encargado dentro de la CIA de dirigir el Departamento de Guerra Psicológica en Miami y que formó parte del Proyecto MK-Ultra de control mental. Bajo este marco operacional, tuvieron lugar una serie de actividades a día de hoy todavía secretas con el nombre de AMSPELL, que actualmente se relacionan con la actividad de algunos activistas favorables a un nuevo episodio similar a Bahía de Cochinos en el que se tratara de relacionar al asesino de Kennedy con Castro.

Es un hecho probado que la Mafia y la CIA, dos grupos secretos dominados por la Omertá y basados en el modelo anterior de la Compañía de Jesús fundada por Ignacio de Loyola, colaboraron para matar a Fidel Castro utilizando artilugios químicos ideados por, entre otros, Sidney Gottlieb, padre del Proyecto MK-Ultra y del Proyecto Artichoke. A estas alturas es también un hecho probado que la CIA puso la infraestructura y la Mafia la financiación para el asesinato de JFK y la inmediata inculpación de Lee Harvey Oswald. Seguramente se trató de apuntar a Castro como responsable, o al menos a los grupos pro-castristas relacionados con esa tapadera que era la asociación Juego Limpio para Cuba, por medio de la vinculación con Oswald, para alentar una posible invasión futura de Cuba.

Esto se debe a otro hecho a estas alturas bastante factible, si se sigue la pista dejada por E. Howard Hunt en su confesión al final de su vida: la vinculación entre los agentes de la CIA que participaron en el magnicidio de Dallas y los artífices del Escándalo Watergate apenas una década después. J. C. King, uno de los peces gordos de la CIA, llevaba años captando a contrarrevolucionarios cubanos como Eladio del Valle (asesinado en 1967 por la CIA), Herminio Díaz García (murió en 1966 tratando de asesinar a Castro) o Rolando Masferrer (asesinado en 1975 por la CIA), para trazar un Plan de Operaciones Encubiertas, más conocidas como Black Ops, contra Castro. Cabe señalar, en este punto, que el propio Watergate fue un Golpe de Estado para borrar a Nixon de la Casa Blanca.

JFK no quería incrementar la participación de su Gobierno en el conflicto en marcha de Vietnam, más bien todo lo contrario; en cambio, sus sucesores apostaron hasta las últimas consecuencias por una participación directa en el conflicto, mucho más favorable a los intereses del Complejo-Militar-Tecnocientífico-Industrial. Algo que, sumado tanto al desastre de Bahía de Cochinos, donde el papel de Kennedy fue clave en la derrota.

Junto a la Crisis de los Misiles, que casi se salda con la destrucción del mundo, llevó a varios altos cargos del Estado Profundo a sentenciar al Presidente a muerte. Tan solo 20 días antes de Dallas, el 2 de noviembre de 1963, Ngô Đình Dim, entonces Presidente de la República de Vietnam del Sur con una política contraria a instalar bases militares estadounidenses en el país, fue asesinado a consecuencia de un golpe de Estado orquestado y respaldado por la CIA.

Allen Dulles y la primera cúpula de la CIA fueron destituidos al poco de la llegada de JFK al cargo, tanto por Bahía de Cochinos como por el asesinato de Patrice Lumumba y las extrañas circunstancias que rodeaban la muerte del dirigente de la ONU Dag Hammarskjöld: uno de tantos accidentes de avión defenestrados. Más tarde, Hale Boggs, el único miembro de la Comisión Warren que manifestó públicamente su desacuerdo con las conclusiones alcanzadas por el Informe, desapareció junto con todo el pasaje de un avión, aún sin encontrar, con destino a Alaska.

Era el 16 de octubre de 1972 y Boggs había anunciado importantes revelaciones sobre la muerte de Kennedy y la verdad oculta tras el atentado del Watergate. Su muerte “accidental”, como la de tantos otros, fue muy conveniente para que dichas revelaciones jamás vieran la luz. Más tarde este procedimiento de “eliminación” fue amparado bajo el Programa Phoenix, dirigido por William Colby desde 1967, asesinando a numerosos civiles sin dejar rastro en forma de papeleo alguno a su espalda.

El propio exdirector de la CIA William Colby desapareció en 1996 durante más de una semana sin dejar otro rastro que una pequeña barca abandonada en un lago cercano a su domicilio. Más tarde el cadáver fue hallado cerca de ese mismo lugar, con una bala en la cabeza. Otro suicidio “conveniente” para que la verdad no pudiera ser conocida a tiempo de ser socialmente relevante.

Por su parte, Kennedy no ocultó en ningún momento sus intenciones por frenar las actividades paramilitares de la CIA en suelo extranjero; de la misma forma que su hermano Robert había comenzado a investigar a fondo a la Mafia. El propio Dulles sería más tarde uno de los encargados de aclarar la muerte de Kennedy para la Comisión Warren que, durante mucho tiempo, ha constituido la versión oficial del magnicidio, definiendo la culpabilidad exclusiva de Oswald y la teoría de la bala mágica, dos fórmulas hoy ya desmentidas con sobradas evidencias.

Cuba era un negocio para la Mafia de un valor incalculable; y a través de figuras desde luego interesadas en asesinar a JFK, sobre todo para mermar la influencia de su hermano Bobby, como la de Santos Traficante o Carlos Marcelo, la relación entre la CIA y los mafiosos era fructífera, y Jack Ruby, asesino de Oswald, ejemplifica mejor que nadie el puente de unión entre ambas.

La Operación Northwoods, que pretendía generar un atentado de falsa bandera, a la manera del Maine, para justificar la invasión de Cuba, contó con la colaboración expresa de la Mafia, que anhelaba recuperar sus casinos cubanos como en los tiempos de Fulgencio Batista. Los métodos favoritos para esta Operación eran el ataque aéreo falso, la destrucción de un barco militar o la utilización de terroristas cubanos protagonizando tiroteos en suelo norteamericano. Entre sus principales valedores estaban algunos conocidos militares de extrema derecha como los ya citados Lyman Lemnitzer, Edwin Walker y Curtis LeMay. Fue JFK quien se opuso a la aplicación de la Operación Northwoods, puesto que su política de futuro estaba más orientada a un acercamiento amistoso hacia la URSS y más concretamente Cuba.

Los asesinatos de Martin Luther King, Robert Kennedy y Malcolm X. son extensiones de la muerte de Kennedy; representan un auténtico golpe de estado por parte de un poder profundo que une a la Mafia con la CIA, el Pentágono y un Complejo militar-tecnocientífico-industrial nacido sobre todo a partir del Proyecto Manhattan. Los asesores de Bob Kennedy presentes en Dallas informarán al entonces Fiscal General de la presencia de más de un tirador en el magnicidio, contraviniendo la verdad oficial. El proyecto Farewell America surgió del contacto entre miembros del servicio secreto francés allegados al propio Charles de Gaulle con Bobby, mediante la figura de un espía que empleaba el nombre falso de Hervé Lamarr.

Siguiendo con esa certeza, Robert Kennedy se presentó a unas elecciones en las que los escrutinios le daban por claro vencedor frente al “tramposo Dick” Nixon, decidido como estaba a liberar toda la información de las verdaderas circunstancias de la muerte de su hermano. Tras el asesinato de Bobby a manos de otro cabeza de turco del Proyecto MK-Ultra, como lo fue Sirhan Sirhan, todo el material destinado para el futuro presidente fue a parar a un libro titulado Arde América. Lo ocurrido en el Hotel Ambassador aquel 6 de junio de 1968 fue otro atentado tan conveniente para el Poder como lleno de sombras: se dispararon más balas de las que tenía la pistola del supuesto asesino.

Así pues, podemos hablar de una guerra abierta entre un sector de la CIA protagonizado por Allen Dulles y E. Howard Hunt con un sector militar liderado por Lyman Lemnitzer y Curtis LeMay, incluyendo como eslabón a una parte de la Mafia de Florida y Chicago, de la mano de Santos Traficante y Carlos Marcelo, contra la familia Kennedy. Una guerra ganada por los primeros y con importantes bajas en el bando de los segundos: John F. Kennedy Jr., hijo de JFK, murió en extrañas circunstancias durante un vuelo el 16 de julio de 1999, tras manifestar su voluntad de presentarse a las elecciones.

No es casualidad que fuera Ted Kennedy quien en los años 70, casi una década después, llevara al senado la investigación de un proyecto secreto de la CIA llamado MK-Ultra; y ahora es Robert F. Kennedy, hijo de RFK, quien con más ahínco está combatiendo la versión oficial de la pandemia y el papel de las grandes empresas farmacéuticas en los Estados Unidos. En la citada investigación sobre MK-Ultra, el químico encargado de dirigir la Operación, Sidney Gottlieb, declaró que el objetivo del programa no era tanto encontrar un suero de la verdad, como se ha repetido tantas veces, sino más bien tratar de dirigir el comportamiento humano a través de sustancias.

De todo lo que ha sido desclasificado en lo relativo a MK-Ultra, lo más llamativo es un programa derivado de éste, llamado Artichoke, por el que, a través del uso de drogas (mescalina, ácido, LSD), se pretendía programar mentalmente a asesinos para que actuaran contra su voluntad, como en estado de trance. Se ha especulado con la posibilidad de que algunos célebres asesinos de la Historia de los Estados Unidos, tales como Theodore Kaczynski, Timothy McVeigh o incluso Oswald formaran parte de una versión estadounidense de la Operación GLADIO de la CIA para programar asesinatos y magnicidios (incluso se podrían haber usado mecanismos electrónicos a distancia).

Incluso James Earl Ray, asesino de Martin Luther King, habló siempre de la ayuda recibida de un tal “Raúl”, encarnación de un “agente” de la CIA que participó en el magnicidio y en los hechos posteriores, y cuya identidad real nunca se ha llegado a confirmar.

El propio Sirhan Sirhan, que mató a Bob Kennedy con 24 años, la misma edad que Oswald, confesó más adelante haber atentado contra el candidato a la Presidencia bajo un extraño efecto de “hipnosis” similar al de quien ha consumido drogas; y habló directamente de una relación con el Proyecto MK-Ultra, como ha ocurrido en otros casos posteriores, aunque probablemente ni Ray, ni Sirhan, igual que ocurriera antes en el caso de Oswald, modelo imitado una y otra vez en este tipo de atentados, fueron siquiera los tiradores reales en sus respectivos magnicidios.

La Historia –con mayúscula– es un camino dibujado con la sangre de la traición, que se repite como farsa y evidencia que el poder de una palabra resume el interés por asesinar a Kennedy; podría ser “Cuba” o simplemente “dinero”, pero en realidad es: “Vietnam”. JFK pensaba desmantelar la participación estadounidense en dicho conflicto a principios de 1964; de hecho, ya había comenzado a hacerlo para noviembre de 1963.

Apenas unos meses después de su muerte, los ecos del Maine y la guerra contra España tuvieron una reverberación más con resonancias de risa hueca en Golfo de Tonkín, el día 2 de agosto del 1964, cuando el destructor Madox fue dinamitado por supuestas fuerzas norvietnamitas. Escasas horas después Lyndon B. Johnson, hoy reconocido partícipe en la Operación Oswald al haber situado a al menos un tirador que funcionaba bajo sus órdenes directas en Dallas, declaró la incursión directa del ejército norteamericano en Vietnam, favoreciendo con ello los intereses de sus amigos sureños al cargo del Complejo-Militar-Industrial.


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