LA FE EN LA CIENCIA. Por Frank G. Rubio

LA FE EN LA CIENCIA




Por: Frank G. Rubio



   La confianza en los discursos y las prácticas científicas ha alcanzado una intensidad sin parangón con la crisis del COVID. Ciertamente que la mayor parte de la población, políticos incluidos, no tiene la más mínima idea sobre lo que significan e implican las ciencias particulares o sus estrategias de investigación; no digamos ya las tecnologías que ponen en práctica millones de expertos, en centenares de especialidades y oficios, a lo largo y ancho de todo el planeta. No obstante los medios de comunicación de masas, junto con el establishment universitario y corporativo, han ido generando sobre sí mismos una imagen de autoridad casi sacerdotal para mejor proponer o imponer numerosas medidas, en gran diversidad de campos y situaciones, a miles de millones de personas. La Ciencia ha adquirido entre nosotros, los ciudadanos del siglo XXI, un estatuto que para sí habrían querido los teólogos medievales y la gente que se servía de ellos para sus enjuagues y fines.

   A continuación expongo un fragmento de un reciente artículo, que tiene por objetivo cuestionar las aserciones de una publicación médica a la que se llevan atribuyendo poderes taumatúrgicos desde hace ya muchos años.

  Acostúmbrese pues a pensar por sí mismos y dudar de lo que le comunican los supuestos expertos. Les están dando algo peor que gato por liebre con las cuestiones médicas. Su vida puede depender de que ejerciten su propia intuición y juicio, no se abandonen en manos de políticos, médicos o científicos. No saben, no contestan cuando hay problemas, no se responsabilizan ni se les hace responsables y pueden constituirse muy fácilmente en una grave amenaza contra nuestras vidas. Está pasando.



Como The Lancet perdió la confianza.


Stuart Ritchie



   Desde el primer número, publicado en 1823, The Lancet fue algo más que una revista médica al uso. Su editor y fundador, el dispéptico cirujano y forense Thomas Wakley, le dio a propósito el nombre de un afilado bisturí que podía cortar tejidos inútiles y enfermos. La utilizó como órgano para hacer campaña contra la injusticia, las malas ideas y las malas prácticas.

   Lo que más molestaba a Wakley era la clase dirigente. Al Real Colegio de Cirujanos no sólo le importaban poco los charlatanes y los vendedores de humo, sino que sus miembros se dedicaban a la corrupción y al nepotismo, asegurándose que sus compinches obtuviesen los mejores puestos y llenando sus bolsillos con honorarios por conferencias. Wakley escribió en 1838 contra los "mercenarios, monopolistas con cerebro de ganso y los charlatanes" que obtenían privilegios que deberían haber sido logrados mediante el mérito. Este sistema era "el gusano que corroe el corazón del cuerpo médico".

  Tiempos diferentes, gusanos diferentes. The Lancet sigue funcionando, pero en un entorno de revistas académicas muy diferente al del siglo XIX. Desde luego que tiene una postura muy radical en lo que respecta a la política, con editoriales regulares en los que arremete contra la gestión de la sanidad y otros asuntos relacionados con el gobierno de turno. Pero en lo que respecta a la ciencia médica las cosas son muy diferentes: la revista forma parte ahora del sistema, con todos los problemas que ello conlleva. L'establiment, c'est la Lancette. Y como la publicación tiene un alcance tan notable y un caché cultural tan fuerte, cuando comete un error ya lo creo que importa.

   El papel de la revista como portavoz de la clase dirigente médica no podía haber sido más obvio en febrero del año pasado, cuando publicó en sus páginas una carta colectiva, promovida por el zoólogo Peter Daszak, sobre los orígenes del coronavirus Sars-CoV-2. En ella, además de "condenar enérgicamente [el virus] Sars-CoV-2", se afirmaba que "el origen del coronavirus Sars-CoV-2 era una cuestión de salud pública". Además insistió en "condenar enérgicamente las teorías conspirativas" según las cuales el virus no tenía un origen natural; la carta expresaba su "solidaridad" con todos los científicos y trabajadores sanitarios de China y terminaba con una extraña frase muy de la época soviética: “Estamos con nuestros colegas en primera línea. Hablamos con una sola voz".

   La carta no revelaba que Daszak estuviera implicado en la investigación virológica en el Instituto de Virología de Wuhan, el centro de las especulaciones sobre la "filtración del laboratorio". Las revistas médicas suelen ser muy conscientes de los posibles conflictos de intereses (por ejemplo cuando un ensayo clínico está financiado por una empresa farmacéutica), pero en este caso The Lancet lo dejó pasar.

   En retrospectiva, ahora que la teoría de la fuga en el laboratorio se toma mucho más en serio, esto parece, en el mejor de los casos, mal concebido y, en el peor, bastante sospechoso. Nada de esto hace que la teoría sea más plausible, por supuesto (debemos seguir siendo escépticos pero abiertos de mente y esperar los resultados de la investigación en curso). 

   La revista no sólo ha elogiado a los científicos y al personal sanitario de China. En mayo del año pasado, su redactor jefe, Richard Horton, apareció en la cadena estatal China Central Television para elogiar la "tremenda decisión" con que el Partido Comunista Chino había manejado la pandemia. También escribió varios editoriales sobre China, entre ellos uno titulado "Covid-19 y los peligros de la sinofobia". En él mencionaba "los argumentos en contra de China", como "la represión del pueblo uigur" y "la beligerancia hacia Taiwán". Pero a continuación los tachaba de mera "percepción de ataques contra las libertades", concluyendo que, en esencia, todos deberíamos llevarnos bien: "una pandemia es un momento para la conciliación, el respeto y la honestidad entre amigos".


The Spectator.  24 junio 2021.


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