CAUSAS, EFECTOS Y PERSPECTIVAS DE LA "PODEMIZACIÓN" DE ESPAÑA. Por Guillermo Mas Arellano
Causas, efectos y perspectivas de la “podemización” de España
Autor: Guillermo Mas Arellano
España, en palabras de Yeats: “All changed, changed utterly. A terrible
beauty is born”. Mitomanías de un mundo que jamás
existió: miro el 15M, sus fotografías añejas y bisoñas a un tiempo, y solo veo
fiesta. No muy diferente de la que hay todos los fines de semana en los
jardines de la Ciudad Universitaria. Aquello, sin embargo, era la guerra; hoy,
como antaño, somos el resultado de una guerra: en el fondo, siempre lo hemos
sido. Tanto en Ucrania ahora como entonces en Somosaguas. “Siempre, tan lejos cuanto llega mi memoria, o bien se ha hecho la
guerra o bien se ha estado preparándola” Nicolás Maquiavelo.
Lo escribió,
haciendo gala de su habitual sabiduría, el recientemente fallecido Antonio
Prieto: “Todos éramos producto de alguna
guerra, en cualquier parte, que descansaba unos años para preparar otra. Todos
los días, en algún punto de la tierra, estaba instalada la guerra; la misma
guerra que cambiaba unos nombres con el fin de mentir su novedad”. Sin
saberlo ni pretenderlo, aquellos niñatos eran milicia. La infantería de una
batalla decisiva: su cursilería determinaba el frágil futuro de España. Hoy al
borde de la definitiva ruptura.
“Grita «¡Devastación!» y suelta a los perros
de la guerra” William Shakespeare. Las fierecillas fueron liberadas:
trajeron la brecha, a ritmo de batucada. Su revolución era indiferenciable de
cualquier macrobotellón. No por ello resultaba menos letal: a la vista de la
descomposición avanzada que muestra la faz española.
“El mundo es hoy más pequeño que la Torre de
Babel” Carl Schmitt. Una década de distancia ha sido recorrida. Viaje de
ida y vuelta que permite decir: todo es ya una representación y un simulacro,
en el mundo donde la imagen ha terminado por oscurecer a la inteligencia. Sin
embargo, ¿cómo ha llegado España a esta asunción aparentemente irrenunciable de
los postulados del partido político Unidas Podemos a modo de marco único en el
que todos los demás grupos realizan inevitablemente su acción social, unos
posicionándose a favor y otros en contra? Estamos ante una verdadera
“podemización” de España cuyas causas y efectos se hace necesario señalar, aunque
sea de manera sintética, porque el primer paso para rechazar ese marco impuesto
mediática y políticamente es comprender de qué manera ha surgido y se ha
extendido hasta terminar por anegarlo todo.
Para el
capitalismo, cualquier crisis supone una oportunidad. Su concepción nihilista
entiende que todo surge de la nada despojada de una esencia primordial o de un
fin último y que, por lo tanto, la destrucción es la fuerza creadora de la que
nace y en la que muere todo lo existente. Así, en el XVI la Reforma Protestante
periclitó cualquier vestigio directo del Sacro Imperio Romano Germánico
extraído directamente del Imperio Romano de Occidente. La crisis que supuso la
Reforma puso en peligro a este Imperio, poniendo en marcha la Guerra de los
Treinta Años y disparando una lenta decadencia que cristalizaría en la
definitiva pulverización producida apenas dos siglos después. Otros Imperios
como el ruso o el británico continuarían su andanza durante siglos pero lo
harían coexistiendo con una nueva forma de gestionar el poder a través del
gobierno: el Estado.
El Imperio de la
Hispanidad, por su parte, fue precisamente el que puso en marcha la Modernidad
con el descubrimiento de América en 1492. Sin embargo, la imprenta, como han
repetido en varias ocasiones Gustavo Bueno o Elvira Roca Barea, se puso al
servicio de los enemigos de la Hispanidad, capaces de crear una Leyenda Negra
antiespañola que terminó por filtrarse dentro de la propia población del
Imperio, principal responsable de una disolución que empezó desde dentro,
ayudando así a los invasores foráneos. Frente a la concepción antropológica
nihilista de la modernidad toda y del protestantismo en particular, la
Hispanidad oponía un modelo ético de conducta profundamente espiritual que aún
hoy es rastreable en sus grandes obras literarias del Siglo de Oro. Y frente al
desencantamiento materialista del mundo que el Capitalismo de Mercado ha
conseguido extender, a partir de la caída del Muro de Berlín en 1989, a todo el
orbe, la Hispanidad proponía un modelo cristiano de evangelización que llevó
con éxito a Hispanoamérica. Estado y Mercado, esto es, el capitalismo, siempre
ha supuesto un bloque unido; la Hispanidad, por su parte, ha sido incapaz de la
unión, siguiendo también en esto la heterogeneidad característica de la
Cristiandad, y ha terminado pagando el precio político e histórico de la
desunión.
El avance de la
ciencia en la Modernidad ha tenido su correlato en el retiro de la Iglesia. El
mundo ha perdido su misterio, puesto que la ciencia ha prometido tener explicación
para todo menos para aquello que no merece la pena ser explicado. A ese proceso
lo llamamos secularización y su mayor consecuencia ha sido la destrucción de
los pilares espirituales que mantienen unidos a toda comunidad de hombres
libres. Desde su nacimiento, el Estado se ha encontrado enfrentado a la
Iglesia, dado que para poder ejercer sus competencias de manera independiente,
se alegaba, era necesaria una pérdida de la injerencia de la religión y del
papado en asuntos públicos. Las guerras de religión y la escisión producida en
el seno de la propia Iglesia no ayudaban a la hora de repeler los ataques. En
los países protestantes ya no había forma de oponerse al signo de los tiempos.
Mediante un
gigantesco salto en el tiempo, podemos observar cómo en la así llamada
Ilustración, el Estado impuso sus ideales —”libertad, igualdad, fraternidad”—
violentamente al pueblo: antes del Estado no había ejército profesional, que
fue usado para reprimir todo atisbo de reacción. Lo explicó con maestría Perry Anderson: “El absolutista era un Estado basado en la
supremacía social de la aristocracia y limitado por los imperativos de la
propiedad de la tierra. La nobleza podía depositar el poder en la monarquía y
permitir el enriquecimiento de la burguesía, pero las masas estaban todavía a
su merced. En el Estado absolutista nunca tuvo lugar un desplazamiento político
de la clase noble. El auge de la propiedad privada desde abajo, se vio
equilibrado por el aumento de la autoridad pública desde arriba”.
Del Estado emana la
Hacienda, el Derecho o la Soberanía: ese modelo, llamado Despotismo Ilustrado
supone, contra la leyenda áurea imperante, según un historiador tan reputado
como Gonzalo Pontón o un pensador de la hondura de Félix Rodrigo Mora, una
propuesta antipopular de ejercer el poder nacional a manos de unas élites
oligárquicas de raigambre aristocrática por medio del Estado, para mejor
dominar a las gentes. Esos mismos liberales son los que, según Juan Velarde,
inventaron las democracias modernas, imponiendo su visión masónica del mundo en
los incipientes Estados Unidos de América.
Con las Guerras
Napoleónicas y la unificación de Alemania y de Italia, Europa se convirtió en
un mosaico fragmentado de Estados nacionales, a modo de esquirlas, en buena
medida creados a través de la diferencia con el otro y de la exaltación de lo
folclórico para crear unidad tribal dentro de cada Estado. Dicho ambiente
pre-bélico y sostenido en el tiempo acabaría redundando en dos gigantescas
guerras europeas pero de alcance mundial que en 1914, con la IGM, acabaron con
el Imperio Austrohúngaro; y en 1939, con la IIGM, pusieron fin al Imperio
Británico. La Revolución Rusa, con la que realmente empezó el siglo XX, había
puesto ya fin al Imperio del mismo país en 1917. La pérdida de Cuba y Filipinas
a finales del siglo XIX habían supuesto el fin del Imperio español, tras haber
perdido sus otras colonias de ultramar en cuestión de décadas.
Tras el final de la
Segunda Guerra Mundial en 1945, comenzó un Nuevo Orden Mundial donde el Estado
nación quedaba como única forma de gobierno, derrumbados ya todos los imperios
en Occidente. Más tarde aparecería de nuevo una tentativa de Imperio chino,
primero con Deng Xiaoping, y después con Xi Jinping, pero antes se hizo
necesaria la Revolución. Y con la actualidad más acuciante en la mano, se
podría afirmar que Putin también está tratando de convertir a Rusia en un
Imperio después de la hecatombe soviética. Caminamos hacia una Tercera
Globalización altamente digitalizada que puede ser imperial o “globalista”,
pero que en ningún caso resultará halagüeña para quienes la padezcamos. Pero lo
cierto y verdadero es que durante décadas los Estados Unidos de América han
dominado el globo y que también se está tratando de crear unos Estados Unidos
de Europa en ese mismo tiempo. Utilizando siempre las crisis a modo de
oportunidades para avanzar en sus objetivos concretos: lo que Naomi Klein
denominó “doctrina del Shock”.
Escribe Octavio
Paz: “Salvo ciertas regiones cuya
historia se desvía del curso general de la europea hacia fines del siglo XVII
(pienso en España, Portugal y las antiguas colonias americanas de ambas
naciones), Occidente vive el fin de algo que comenzó en el siglo XVIII: esa
modernidad que, en la esfera de la política, se expresó en la democracia representativa,
el equilibrio de poderes, la igualdad de los ciudadanos ante la ley y el
régimen de derechos humanos y garantías individuales. Como si se tratase de una
confirmación irónica y demoníaca de las previsiones de Marx, la democracia
burguesa muere a manos de su creación histórica. Así parece cumplirse la
negación creadora de Hegel y sus discípulos: digo parece porque se cumple de
una manera perversa: el hijo matricida, el destructor del viejo orden, no es el
proletariado universal, sino el nuevo Leviatán, el Estado burocrático. La
revolución destruye a la burguesía pero no para liberar a los hombres sino para
encadenarlos más férreamente. La conexión entre el Estado burocrático y el
sistema industrial, creado por la democracia burguesa, es de tal modo íntima
que la crítica del primero implica necesariamente la del segundo”.
Añade Octavio Paz:
“El Estado burocrático no es una
exclusiva de los países llamados socialistas. Se dio en Alemania y podrá darse
en otras partes: la sociedad industrial lo lleva en su vientre. Lo prefiguran
las grandes empresas transnacionales y otras instituciones que son parte de las
democracias de Occidente, como la CIA norteamericana. Por todo esto, si la
libertad ha de sobrevivir al Estado burocrático, debe encontrar una alternativa
distinta a la que hoy ofrecen las democracias capitalistas. La debilidad de
estas últimas no es física sino espiritual: son más ricas y más poderosas que
sus adversarios totalitarios pero no saben qué hacer con su poder y con su
abundancia. Sin fe en nada que no sea el logro inmediato, han pactado con el
crimen una y otra vez”.
Cuando el poder
reside casi por completo en el Estado, sólo el Estado puede fragmentarse a sí
mismo. Algo así debió de pensar quien se dio cuenta de que para que los secesionistas
vascos y catalanes llevaran a cabo su proyecto resultaba indispensable que
ingresaran dentro del propio Estado para poder, como se ha dicho, fragmentarse
a sí mismo. ¿En pos de qué? La autodestrucción del Estado español y sus
fronteras conducirá hacia la constitución de un único Estado europeo. Como
piedra de toque de un proyecto transnacional que se extenderá a otras latitudes
como piezas derribadas en un dominó. El actor que ha permitido la entrada de
los secesionistas al gobierno ha sido Unidas Podemos, otrora conocido
simplemente como Podemos, el partido nacido del 15M. Nuestro marco político,
entonces, no es más que la culminación del programa estatalista de ruptura
trazado entonces.
El Estado es un
Leviatán, un Minotauro centralizador que provee, fiscaliza y determina. Así lo
entendieron Hobbes, Bodin, Jouvenel, Schmitt o Bobbio, entre otros. La
comunidad está constituida por personas y su estructura no está fijada más que
a las habilidades y competencias de cada uno; en el Estado, el gobierno se
ejerce de manera impersonal a través de una estructura rígida e impositiva, que
ejerce la violencia directa o indirecta contra aquellos que rechazan sus
normas. Por eso, como escribiera Thoreau, “Bajo
un gobierno que encarcela injustamente, el lugar apropiado para un hombre justo
es también la prisión” porque “tengo
la impresión de que, de algún modo, el Estado ha interferido fatalmente en mis
legítimas ocupaciones”.
En 1911, el empresario Frederick Winslow Taylor ya hacía
referencia a la "eficiencia productiva"
para justificar el control constante sobre los trabajadores con el fin de
evitar todo atisbo de despilfarro. Será Charles Chaplin quien parodie la idea
en su genial película Tiempos Modernos
(1936) igual que parodiará apenas unos años después al totalitarismo en El gran dictador (1940). Al tiempo, el
Estado normaliza la libertad del trabajador, controla sus ingresos y
propiedades mediante impuestos, y reprime todo intento de insurrección por
medio de la fuerza policial. Cuando se quiere hacer ver, con el “freudo-marxismo”
(Pasolini), que la represión se combate con liberación sexual, mantiene intacto
el resto del entramado social donde Estado y Mercado se completan y
retroalimentan.
La élite que dirige
al Estado en favor de sus intereses siempre activará la cadena bajo su mando
cuando haya que reprimir al refractario: políticos y jueces, militares y
policías, funcionarios y burócratas, recaudadores de impuestos y servicios de
inteligencia. Mussolini lo entendió y, como después Pablo Manuel Iglesias
Turrión, quiso usarlo en su favor: “Todo
en el Estado, nada fuera del Estado, nada contra él. Las doctrinas políticas
pasan, los pueblos quedan. Podemos figurarnos que este nuestro siglo sea la
autoridad, un siglo de derecha, un siglo fascista; si el siglo XIX fue el siglo
del individuo (liberalismo significa individualismo), podemos imaginar que éste
sea el siglo colectivo y, por lo tanto, el siglo del Estado”. La exaltación
de la jerarquía estatal a modo casi de ley divina es la verdadera definición
del fascismo, en cuanto que culminación de lo que Gustavo Bueno llamó “inversión teológica”.
El origen del 15M
fue totalmente espontáneo: se trataba de la ostentación pública de hartazgo, en
tiempos de miseria, ante la hegemonía de lo que Enrique de Diego encuadraría
bajo el acertado título de “casta
parasitaria”. El término, como antes el movimiento, terminó fagocitado por
un hatajo de comunistas surgidos del Foro de Sao Paulo que predicaban la
Palabra castrista-chavista enarbolando textos de C. Schmitt y E. Laclau pero
que, con los años, han sucumbido a esas dos religiones de sustitución, con
vocación pedagógica, tan fundamentalistas como rentables que son la ideología
de género y la calentología climática. Podemos periclitó el 15M mientras lo
expropiaba y canalizó, mediante un espurio discurso anti-sistema, el desencanto
popular hacia la conquista del poder, evitando con ello la reforma del “régimen
del 78”; en realidad su espejo.
Aquel movimiento de
protesta fue la virulenta reacción de una clase media venida a menos a
consecuencia de los devastadores efectos de la crisis económica mundial de 2008.
Sin embargo, la protesta pronto se vio amparada por el apoyo mediático de
Intereconomía y su cobertura constante del fenómeno; y, más tarde, de Jaume
Roures y LaSexta, que pronto se convertiría en el principal megáfono mediático
de Pablo Manuel Iglesias Turrión y los suyos. En el terreno político, fue
Alfredo Pérez Rubalcaba, entonces Ministro del Interior y candidato del PSOE a
la presidencia en las siguientes elecciones, aquel que blindó al movimiento
negándose a desahuciarlos de la Puerta del Sol como pedía Esperanza Aguirre,
Presidente de la Comunidad de Madrid. Durante más de un mes, el movimiento
siguió ocupando el epicentro de la capital española sin que el proletariado o
la violencia realizaran la necesaria aparición que todo atisbo, por pequeño que
fuera, de revolución, hubiera necesitado indefectiblemente.
El gran inspirador
intelectual del movimiento, Stéphane Hessel, autor del exitoso panfleto ¡Indignaos!, del que tomó su nombre el
movimiento de “los indignados”,
poseía como único distintivo intelectual el de ser el último firmante entonces
vivo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Porque esa es la gran
bandera del globalismo y de todos sus movimientos afines, incluido el 15M. Un
filósofo de la Escuela de Frankfurt que reivindica el legado, para él aún
inacabado, de la Ilustración, como lo es Jürgen Habermas, ha señalado que el
primer paso para construir un Gobierno Mundial comienza por establecer los
Derechos Humanos como “norma fundamental”,
unificando así el Derecho a escala global. A esta propuesta de “globalismo jurídico”, el 15M parecería
mostrarle su apoyo si atendemos a la estirpe intelectual del ínclito Hessel.
Sin embargo, el
tipo de protesta o escenificación que fue el 15M jamás habría podido existir
sin su evidente modelo histórico: el Mayo del 68 parisino. Podemos denominar
como “la industria de la solidaridad”
a cierto tipo de movimientos sociales iniciados entonces y directamente
relacionados con las ONGs, que más tarde resultarían determinantes sobre el
modelo social que legítimamente catalizó el 15M. En el 68 parisino comenzó un
tipo de protesta que entendía que el hedonismo suponía una rebelión contra la
omnívora “represión” dominante. Siguiendo las teorías de Herbert Marcuse,
Georges Bataille o de Wilhelm Reich, aquello que se ha dado en llamar “postmarxismo” o incluso “freudo-marxismo” (Clouscard), se sustituyen
los problemas de clase por los problemas de alcoba como epicentro de los conflictos
sociales. La solución pasa de arrebatar el poder a la clase dominante a
arrebatar la virginidad a los jóvenes, en la línea más literal y depravada de
Daniel Cohn-Bendit o de Simone de Beauvoir, ínclitos discípulos de su gran
modelo filosófico, según el análisis de Albert Camus: el Marqués de Sade.
Así, en 1973, el
académico marxista Michel Clouscard publicó el decisivo opúsculo Neo-fascismo e ideología del deseo; y
ese mismo año, el historiador marxista E.P. Thompson publicó la invectiva
contra las abstracciones althusserianas y similares en Miseria de la teoría. Ambos autores levantaron acta de la escisión
provocada dentro del marxismo: la clase obrera había sido abandonada por la
teoría. Todavía en 2011, el diagnóstico ideológico de Clouscard o de Thompson
seguía siendo acertado. Así reflexionaba el inglés: “No puedo seguir hablando de una sola tradición marxista común. Hay dos
tradiciones cuya declaración final de antagonismo irreconciliable fue diferida
—como acontecimiento histórico— hasta 1956. Desde esta fecha en adelante ha
sido necesario, tanto en política como en el campo de la teoría, declarar
lealtad a una o la otra. Entre la teología y la razón no cabe ningún espacio
para negociar. El comunismo libertario, así como el movimiento socialista y
obrero en general, no pueden tener ningún trato con la práctica teórica, salvo
para desenmascararla y expulsarla”. El autor francés añadía, por su parte,
lo siguiente: “El posmodernismo
ideológico prepara unas condiciones materiales que favorecen una nueva
implantación del fascismo, de la dominación autoritaria como reacción a la
degeneración moral y cultural del posmodernismo. Prepara a las masas para un
nuevo pensamiento único, para que no puedan responder ante el proceso de
fascistización”.
Más adelante, en
1990, tras la Caída del Muro de Berlín, el régimen comunista de Cuba y la
tiranía de Venezuela pusieron el marcha el Foro de Sao Paulo, basado en el
indigenismo y en el “primer Marx” de la Tesis
sobre Feuerbach, la propuesta de un “Socialismo del siglo XXI” que bebía de
unas corrientes antiglobalistas que, años después, cristalizarían a su vez en
las protestas que tuvieron lugar en Seattle en 1999. Se trataba de la revancha
de las “minorías oprimidas y silenciadas”
que serían privilegiadas para ver restituidos sus derechos y para castigar a
quienes habían detentado el poder hasta entonces.
Sin embargo, el
verdadero antecedente del 15M se encuentra en los movimientos de protesta
contra la Sede del Partido Popular en la calle Génova de Madrid que tuvieron
lugar los días 12 y 13 de marzo de 2004 y que cristalizaron en la victoria de
José Luis Rodríguez Zapatero el 14 de marzo del mismo año, tras los mayores
atentados sufridos en suelo español. Entonces se dividió a la sociedad y se
quiso purgar la tragedia con un sacrificio: culpando al Gobierno en el poder.
Con fines claramente electorales. Y se consiguió el objetivo, a un precio:
dividir a una sociedad española que ya se encontraba gravemente amenazada por
el fantasma del terrorismo vasco. Comenzó, así, el guerracivilismo que tanto la
“Ley de Memoria Histórica” como las leyes en favor de la protección estatal de
la mujer avanzaron hacia un horizonte desconocido pero irreversible. Quizás los
protagonistas de aquellas protestas no participaran del 15M; pero parece
evidente que el 15M tuvo en aquellas protestas su más directo antecedente.
En cuanto a
referentes intelectuales, el partido político Podemos encontró en la teología-política
del populismo un manual de asalto al poder presto a ser adaptado a las
circunstancias concretas del mapa político español. La dialéctica amigo/enemigo
de Carl Schmitt ha sido y es utilizada de manera constante, dictaminando quien
merece y, lo más relevante, quién no merece, el apelativo de “demócrata” que
resulta un pasaporte legitimador imprescindible para poder expresarse en
público. También se ha demonizado al “negacionista”, al “fascista” o al
“machista”. Alguien al que se puede silenciar sin miramientos y con violencia
por el mero hecho de cuestionar los presupuestos básicos del “podemita”. Fuera
de su marco está el no-ser, la inferioridad, el chivo expiatorio que debe ser
erradicado por la tribu. El propio Iglesias, que enarboló Teoría del partisano, sonriente y con el dedo pulgar en alto, el
día que ingresó en El Congreso de los Diputados, ha dicho que para él la
esencia de la democracia consiste en legislar en tiempos de excepcionalidad. El
sueño nacionalsocialista del católico Schmitt, que pudo ser realizado con la
llegada del coronavirus mientras el entonces líder de Unidas Podemos ostentaba
la vicepresidencia y se inmiscuía en los privados asuntos del CNI.
Sin embargo, desde
el principio los profesores de Ciencias Políticas como Juan Carlos Monedero,
Jorge Verstrynge o Íñigo Errejón, encontraron en la “hegemonía política” de Antonio Gramsci, leída a través del
peronismo por la decisiva dupla compuesta por Ernesto Laclau y Chantal Mouffé
en su libro de 1985 Hegemonía y
estrategia socialista; y, posteriormente, en 2005 con La razón populista, un método para tomar el poder alentando a las
masas y haciendo gala de un discurso cambiante para, a continuación, no
abandonarlo jamás. Lo que, unido a la propuesta del citado “Socialismo del
Siglo XXI”, que Chávez pudo llevar a la práctica, consistente en crear un
robusto aparato de propaganda y en abrir, una vez se ha alcanzado el poder, un “proceso
constituyente” cuyo fin es redactar una nueva Constitución que permita vulnerar
con mucha mayor facilidad los derechos de los ciudadanos en beneficio del
Estado.
Volvamos por un
momento a Pablo Manuel Iglesias Turrión, cuyo nombre ya indica una parodia
posmodernista a la manera de Warhol del histórico fundador del PSOE. Su gran
referente intelectual, sin embargo, es el Subcomandante Marcos: un guerrillero
mexicano famoso por sus performance políticas extravagantes, por haber creado
un personaje público cargado de carisma y por resultar altamente elocuente para
con la juventud. Sobre él pronunció una conferencia Iglesias Turrión antes de
dar el salto a la política y podemos encontrar el origen de esa “estetización de la política” (Walter
Benjamin) que Iglesias Turrión introdujo en la política española siguiendo la
extravagante estela de Zapatero y sus “intelectuales
de la ceja”.
El primer político
español en hablar de “cambio” fue Felipe González: alguien promocionado por
círculos de poder internacionales, que renunció al marxismo y que introdujo a
España dentro de un emporio político transnacional que incluye la pertenencia a
la OTAN. Después lo haría Zapatero, cuyo programa político es prácticamente
indistinguible del propuesto más adelante por Iglesias: la plurinacionalidad
ínsita al programa del PSOE es otra de las máximas “podemitas”. Podríamos decir
que Podemos ha sido una bisagra que ha permitido la renovación del PSOE después
de que los recortes de Zapatero y sus cuestionables medidas sociales
relacionadas con el matrimonio homosexual, el aborto o la eutanasia desgastaran
su crédito electoral y consecuencias acabaría pagando Rubalcaba en las próximas
elecciones, propiciando una mayoría absoluta del Partido Popular. Un PP que no
derogó las leyes del PSOE y que abandonó el poder mediante un extraño harakiri que permitió en 2018 el ascenso
de Pedro Sánchez a la presidencia, que hasta ese momento solo había cosechado,
consecutivamente, los peores resultados en la historia de su partido. Lo ha
explicado con maestría el historiador Alberto Bárcena: “Zapatero, sin ir más lejos, no llegó a la Moncloa con un programa
político muy distinto al podemita; pero le quedaron algunos flecos sueltos que
con el PSOE a solas no podía rematar. Necesitaban los socialistas de su misma
orientación alguien que, por su izquierda, reclamara políticas o ajustes de
cuentas, que ellos no podrían atender impunemente; si pretendían seguir
perteneciendo al establishment donde les incluyeron Willy Brandt o David
Rockefeller”.
Si el “régimen del
78” socialdemócrata contra el que supuestamente protestaba Podemos y el 15M
todo se caracterizaba por comprender que España es “una nación de naciones”, gracias a Podemos se pudo pasar de un
Presidente de España que consideraba a la Nación “un concepto discutido y discutible” a un Presidente de España que
considera la necesidad de implantar un modelo “federal” acorde con un país
“plurinacional”. Porque el objetivo principal del partido político Podemos era,
al menos mi entender, permitir la entrada en el Gobierno de personajes
abiertamente secesionistas capaces de negociar con los partidos rupturistas
como no habría podido hacerlo nadie del “viejo PSOE” representado hoy por
personajes “incómodos” como el expulsado Joaquín Leguina.
Para el pensador
político conservador Pedro González Cuevas, "La actual crisis nacional no es más que la consecuencia lógica del
modelo implantado en 1978. Rodríguez Zapatero no es un accidente, sino la
negación de lo que se ha denominado espíritu de la transición. Representa, por
el contrario, su radicalización. Y en este sentido, no hay duda de que es el
heredero natural de Adolfo Suárez". Lo mismo se podría hacer
extensible a Podemos y su supuesta categoría de “asaltar a los cielos”. Tanto cambio enarbolado con un optimismo
plagiado de Obama para que todo permanezca igual: exactamente como le gustaba a
Don Fabrizio. ¿Hace falta decir que las propuestas de nacionalización de
Iglesias Turrión encuentran en la expropiación de Rumasa de González un
evidente inspirador? ¿Hace falta decir que las propuestas de acercamiento a los
secesionistas de Iglesias Turrión encuentran en el Estatuto catalán de Zapatero
un necesario antecedente? Parece obvio que no.
Unidas Podemos, a
pesar de su supuesta categoría de “antisistema”, no cuenta entre sus principios
la salida de la Unión Europea; antes al contrario, parecen participar con entusiasmo
del proyecto socialista consistente en la disolución de España dentro de unos
Estados Unidos de Europa. Es decir, pretenden convertir la patria, que
detestan, en país, auténtico término-talismán que idolatran, para mejor
destruir la nación, que consideran un vestigio anacrónico. Ese sería el papel
de España dentro de la propuesta globalista para una Tercera Globalización
claramente diferenciada de aquella que verdaderos Imperios en construcción como
China o Rusia pretenden instaurar para el siglo XXI. Un Estado que se fragmenta
a sí mismo desde dentro para favorecer la urgente aparición de un Estado más
grande y abarcador: el anhelado Gobierno Mundial elitista.
Sin embargo, el
culto al Estado profesado por Podemos no se detiene en el marco territorial. Su
mayor objetivo a nivel social es imponer lo que consideramos una auténtica
religión de Estado: la llamada “ideología de género”. A ella se le ha
consagrado un Ministerio, y se le han dedicado leyes y departamentos dentro de
todos los ámbitos estatales. Ello no habría sido posible con el viejo
bipartidismo y su alternancia a imitación del “turnismo” de la Restauración
borbónica: pero gracias a la división dentro del Congreso de los Diputados, el
ingreso de Podemos dentro del Gobierno resultaba incuestionable. Y esas eran
sus exigencias más primordiales. Siguiendo el modelo de Giovanni Gentile desde
el fascismo o de Sulamith Firestone desde el feminismo, el Estado se introdujo
dentro de la esfera privada —los afectos— con una potencia que nos hace evocar
a los mayores totalitarismos del siglo XX. Y todo está, en nuestros días,
legitimado desde el Estado de Derecho.
Sin embargo, como
ocurre con el control a través de las nuevas tecnologías y el poder de las
grandes Big Tech, aún no hemos visto
nada. El Estado nunca tiene bastante y gracias a un poderoso rodillo mediático
se ha conseguido doblegar el sentido común que todo ser humano lleva aparejado
consigo para imponer, a cambio, los dogmas de la ideología de género. Es decir,
que al pacto de Estado y Mercado que resulta esencial para el funcionamiento de
toda forma de capitalismo; se ha sumado un pacto entre lo que Alexander Dugin
llama “liberalismo económico”
(derecha conservadora) y “liberalismo
cultural” (izquierda mediática) para traer un nuevo estado de las cosas
plenamente integrado en el posmodernismo ideológico y que en España comienza
con la representación pública del 15M. Estamos hablando, por supuesto, de la
“podemización” de España. Solo que Podemos es, a día de hoy, un actor
secundario en la política española porque ya ha cumplido su papel: quemamos
etapas a tal velocidad, en nuestro vertiginoso e inestable paradigma, que quien
ayer cumplía un rol protagonista hoy se limita a pasar tímidamente por la
escena.
Todas las leyes de
la “ideología de género” coinciden, además, con el Estado que las respalda en
un objetivo común: el debilitamiento de la familia. Porque si las personas se
ven reducidas a la categoría de individuos desarraigados, despojados de afectos
y convertidos en perpetuos “deseantes” o “deseadores”, serán unos productores
dependientes del capitalismo en cuanto que trabajadores y unos consumidores
dependientes del capitalismo en cuanto que compradores; además de votantes en
cuanto que ciudadanos y sujetos aislados en cuanto que hombres, fácilmente
explotables y manejables tanto por el Estado como por el Mercado, quienes, en
nombre de la eficacia empresarial o del orden social controlarán su vida de
manera constante.
Fue el sacerdote
argentino Leonardo Castellani el que con más acierto unía inextricablemente el
término liberalismo a los desmanes derivados del mundo moderno: “El Liberalismo antes de ser un mal sistema
político y un mal método económico, es una mala teología, es una herejía, una
cosa espiritual, que no se puede conjurar del todo sino en su propio centro,
que es la región de la estratósfera donde combaten invisiblemente los
espíritus. Lo más conducente entre nosotros para probar que el liberalismo es
pecado, es examinar los efectos del liberalismo en la Argentina. Son tan feos
que sólo pueden proceder de un pecado. He aquí los diez crímenes: el
liberalismo exterminó al indio; el liberalismo arruinó la educación argentina;
el liberalismo relajó la familia argentina; el liberalismo esterilizó la
inteligencia argentina; el liberalismo nos infundió un ánimo abatido, un
complejo de inferior; el liberalismo mutiló a la Nación de su territorio
natural histórico; el liberalismo empequeñeció a la Iglesia argentina; el
liberalismo creó gratis el problema judío; el liberalismo nos enfeudó al
extranjero; el liberalismo rompió la concordia y creó la división espiritual de
los argentinos que actualmente se encamina a una crisis dolorosa”. No cabe
duda: contra quienes buscan al enemigo en el “marxismo” o en el “populismo”
(siendo “marxismo” y “populismo” poderosos enemigos en cuanto que materialistas
los primeros y enemigos de la verdad los segundos); nosotros, siguiendo a
Castellani o, antes de él, a Donoso Cortés, señalamos al liberalismo.
Pocos han
entendido, como el escritor mexicano José Vasconcelos, la urgencia que supone
desprenderse de la injerencia del Estado en nuestras vidas: “El Estado moderno, el estado hegeliano que
dispone de ejércitos para imponer leyes que él mismo dicta, de cobradores de
renta para sacar del público todo lo que puede y de maestros que son a la vez
lo siervos de una doctrina oficial, es la creación más monstruosa que han visto
los siglos. Dentro de ella nos hallamos sumergidos y aplastados, y todavía
obligados a declarar que somos muy libres. Contra estos Estados hegelianos
modernos, tendrán que emplearse los mejores esfuerzos de las generaciones
nuevas. Es preciso luchar para restarle facultades al Estado, la conciencia
moderna empieza a rebelarse contra toda esta conjura y piensa en la necesidad
de inventar nuevos tipos de Estado: Naciones constituidas a base de municipios
que tengan en común idioma y religión y conexidad territorial. Congresos de
municipios que establecerán comisiones para atender servicios de policía y
defensa, de sanidad y de educación y comunicaciones. Estados sin ejército
regular, que la guerra moderna tiende a hacer innecesario, y sin otra bandera
que la Cruz que abre sus brazos a todas las razas, y como patria común, el
mundo”.
Los liberales se
sirvieron del Estado durante décadas para combatir al pueblo a la hora de, por
ejemplo, restringir los fueros o de imponer sus ideas. Sin embargo, con la
llegada de la democracia, se puede distinguir un liberalismo económico que es
contrario al Estado desde un punto de vista teórico porque lo considera enemigo
del mercado; y un liberalismo cultural que defiende la existencia del Estado
como una estructura capaz de equilibrar las desigualdades que el mercado
genera. Su producto natural es la socialdemocracia. Ningún pensador vivo ha
entendido ese proceso con la profundidad de Dugin: “En la modernidad, la izquierda era progresismo cultural unido a
justicia social, y la derecha tradicionalismo y libre mercado. Con el
liberalismo actual, la parte tradicionalista y la justicia social se abandonan
y demonizan. El establishment no reconoce a la derecha tradicional de los
valores, que demoniza como fascismo; tampoco la lucha por la justicia social,
que demoniza como estalinismo. El populismo debe unir la derecha de los valores
con el socialismo, la justicia social y el anticapitalismo. Es la posición de
mi Cuarta Teoría Política, de mi propuesta de populismo integral”.
Por lo tanto, para
romper el marco impuesto por Podemos tras el 15M no se puede permanecer dentro
de él. Ese ha sido el gran error de todos los que han pretendido y pretenden
dar “la batalla cultural” imitando la
“podemización” pero con unos valores
contrarios y con unos mecanismos análogos, cuando lo cierto es que el discurso
ya ha sido establecido, que los medios son dominados por el oponente y, lo más
grave de todo, que, en el fondo, su ideología liberal no les otorga las armas
de solidez necesarias para contradecir los postulados podemitas. El relativismo
cultural “blando” de los autodenominados “amigos del comercio” difícilmente
puede combatir el relativismo cultural “duro” de los autodenominados “herederos
de la Ilustración”. El nihilismo no se combate con nihilismo: perro no come
perro.
Ante un mundo
desacralizado solo se puede decir que toda alma debe hacerse merecedora de la
gracia. Ante la negación de la tradición solo se pueden oponer las costumbres
que durante siglos han construido la nación. Ante la deconstrucción de la
patria se debe contrarrestar con un desglose histórico lleno de apabullantes
argumentos. Y ante los postulados idealistas del posmodernismo (no confundir
con posmodernidad) se debe hacer ver la verdadera consistencia de la realidad:
el hombre es un ser compuesto de cuerpo y alma con una evidente dimensión
trascendente dada su natural proyección espiritual.
A una partitocracia
no se la puede combatir concurriendo a elecciones. Lo mismo ocurre con la Unión
Europea: nadie que afirme la tradición hispánica puede pensar que nuestro
futuro histórico se encuentra junto a un búlgaro o un croata en vez de junto a
un argentino o un mexicano. Y tampoco se puede esperar un cambio real de dos
partidos como Ciudadanos o Vox, ambos nacidos cronológicamente del 15M y que
aspiran a ser, dada su orgullosa bandera liberal, meras reformulaciones del PP
o del PSOE del que ambos proceden a través de sus históricos dirigentes: Rosa
Díez, Santiago Abascal, Fernando Savater, Alejo Vidal-Quadras, Ángel Garrido o
Jorge Buxadé. Por no hablar de que Iván Espinosa de los Monteros, principal
ideólogo de Vox sobre algunos intelectuales importantes relacionados con el
partido como Fernando Sánchez Dragó, Iván Vélez, Francisco José Contreras,
Gustavo Bueno Sánchez o Joaquín Robles, impone su catecismo liberal sobre las
demás propuestas. En el caso de Ciudadanos no hace falta mencionar que ese
debate sobre el liberalismo u otras alternativas ideológicas es ciertamente
utópico.
Sin transfiguración
ética ni lucha por el imaginario subconsciente arquetípico o ni tan siquiera
cuestionamiento del marco histórico, social y político de la Modernidad, no se
puede combatir el marco de “podemización” en el que se encuentra sumida España.
Como mucho se pueden atenuar sus efectos con algunas urgentes medidas
paliativas, como pretende hacer Vox, o guardar la casa, sin modificar las leyes
implementadas por el supuesto rival político, antes de su vuelta prevista y
esperada al poder, como ha hecho y volverá a hacer el PP, o como haría
Ciudadanos o cualquier propuesta de corte ideológico equivalente que tanta
nostalgia provoca en los así llamados “centristas” y “moderados”.
La derecha
conservadora española siempre ha huido en los momentos críticos en los que la
guerra era requerida por las circunstancias más insoslayables: el rey Alfonso
XIII huyó en el 31 como Rajoy en la moción de censura de 2018, al decidir no
convocar elecciones antes de que el cargo le fuera arrebatado por Sánchez. De
la misma forma, Juan Carlos I, rey de España por gracia de Franco, firmó la “Ley
de Memoria Histórica”; mientras que su hijo Felipe VI ha firmado la “Ley de
Memoria Democrática”. Dejando indefensos a los españoles ante un Estado que
pretende imponer violentamente su visión revisionista del pasado.
El desconocimiento
del pasado, como sabía Cicerón, conduce a la población a la niñez perpetua.
Además de que, como supo ver el pensador español Jorge Santayana, alberga
numerosos peligros para el presente. Hemos pasado, históricamente, de la
delegación paulatina de atribuciones en el seno gubernamental a una colosal
estructura de Estado cuyos tentáculos llegan a controlar el más básico
mecanismo de conocimiento del mundo: el lenguaje. Aprisionando lo más íntimo de
cada hombre: la memoria. Para sustituir la tradición por una tergiversación
interesada en el ámbito de donde emanan las raíces comunes de toda agrupación
social: el pasado. Cuyo fin último es delimitar y generar el pensamiento:
imponiendo ideología. No hace falta añadir que el objetivo hace tiempo que se
ha alcanzado: ahora únicamente se pretende ahondar en él.
Nuestros jóvenes
padecen un preocupante adanismo desprovisto de toda sensibilidad religiosa o
moral: cuya consecuencia más directa es la ausencia de sensibilidad estética.
Unos ciudadanos melófobos e iconoclastas (en versión “líquida”) que rinden
constante culto al vacío, la fealdad, el sinsentido y los bajos instintos. Y
cuando miran al pasado, se les cuenta una historia naif y muy similar a La
Guerra de las Galaxias: el malvado emperador Francisco Franco contra los
pobres demócratas de la resistencia jedi progresista.
Habría que añadir, sin embargo, que la actual democracia (es un decir) proviene
del franquismo, como ha repetido en varias ocasiones Pío Moa. Ahora, por el
contrario, se quiere hacer ver que es heredada de una Segunda República
idílica; estudios exhaustivos como el realizado por Félix Rodrigo Mora,
muestran la realidad de una etapa en la que se reprimió duramente al pueblo y
en la que, según algunos estudios históricos, se falsificaron los resultados
electorales en el 36. Por no hablar del intento de golpe de Estado perpetrado
por la izquierda en el 34, el asesinato del líder de la oposición (José Calvo
Sotelo) a manos de la escolta de Indalecio Prieto o la masacre en Casas Viejas
que tendría su espejo posteriormente en las chekas madrileñas. Entre muchos
otros ejemplos de igual contundencia. La división social, valiéndose de una
nueva versión de la dialéctica amigo/enemigo de Schmitt, iniciada por Zapatero
a modo de revancha por la muerte de su abuelo ha sido continuada por Iglesias
Turrión, hijo de un militante del grupo terrorista y antidemocrático FRAP. Leer
a autores como Jorge Semprún o Gregorio Morán ayuda a entender la verdadera
memoria histórica del PSOE: el partido de los GAL o de la venta del “Oro de
Moscú”.
¿Qué perspectivas
de resistencia quedan, entonces, después de haber recorrido a vuelapluma las
causas y efectos de la “podemización” de España? Lo primero que hay que aclarar
es que esta batalla no es cultural (hemos pasado “del culto a la cultura”, al decir de Taubes) ni tiene lugar fuera
de la persona, sino que comienza precisamente en ella. Es decir, que tenemos que
diferenciar tres frentes en los que cada hombre y cada mujer pueden actuar: el
personal, el referido al entorno y, finalmente, el social. El primer paso es el
despertar, donde la persona se vuelve autoconsciente y comienza su camino de
perfeccionamiento. Después llega el momento de empezar a extender el radio de
influencia al entorno directo de la persona: familiares, amigos, vecinos y
compañeros de trabajo. Finalmente, llega el momento de la acción social en el
que la persona trata, junto a otras personas que comparten su mismo deseo
transformador, de mejorar el estado de las cosas.
En definitiva se
trata de poner orden en el caos: aquello que para Jordan Peterson o para Gonzalo
Rodríguez define al héroe. Es parte de un combate espiritual constante, como
expresaba Antonio Medrano: “A lo largo de
toda la literatura cristiana aflora como un tema recurrente este argumento del
combate espiritual. En todas las épocas y en todas las lenguas en que se ha
expresado el pensamiento cristiano abundan las alegorías sobre el alma como
campo de batalla, ya se la describa librando duras contiendas en campo abierto
con sus enemigos o sitiada en su castillo por los vicios. El Espíritu es el
Reino de los Cielos que está dentro de nosotros, la Presencia divina en lo más
íntimo del ser humano. El Sí-mismo o Yo eterno que constituye nuestra mismidad
(yo mismo), y que me permite decir: yo soy. En el hombre se hacen presentes dos
dimensiones contrapuestas: la relatividad y la absolutidad, lo relativo y lo
absoluto, lo finito y lo infinito, lo inmanente y lo trascendente, lo celestial
y lo terreno, lo eterno y lo temporal (perecedero y efímero). Es un ser finito,
condicionado y limitado, inmerso en la relatividad, en el que mora lo Absoluto,
lo Infinito, lo Ilimitado e Incondicionado. El hombre es el Rey de la Creación,
hecho a imagen y semejanza de Dios. En él se hacen presentes los dos aspectos
esenciales de la Realidad divina: la Sabiduría y el Amor, la Inteligencia y la
Compasión o Clemencia (la Bondad). Como Rey es responsable del bien, la
armonía, la estabilidad, el equilibrio y la buena marcha de la Creación. El
Hombre es un microcosmos, reflejo del Macrocosmos, y, al igual que éste, un
templo vivo de Dios. No puede estar en conflicto con el Macrocosmos, del cual
forma parte y que se refleja en su mismo ser. Misión del hombre: actuar como
intermediario entre Cielo y Tierra, entre la Divinidad y la Naturaleza. Función
pontifical, sacerdotal, cósmica y cosmizadora (cocreadora). Colaborar con el
Creador para perfeccionar la Creación y mantener el Orden frente a las
asechanzas de las fuerzas del caos y las tinieblas”.
Un combate personal
necesario para terminar creando comunidad. Para Félix Rodrigo Mora, la persona destinada
a integrar una “comunidad fraternal”
se caracteriza por hacerse merecedora de los siguientes epítetos: “esforzada, desinteresada, humilde, frugal,
fuerte, amorosa, inteligente y libre”. Lo que defienden Negri y Hardt y que
coincide en parte con lo postulado por el antes citado Clouscard es la
necesidad de “transformar la muchedumbre
en multitud”; es decir, lo atomizado e informe de nuevo en comunidad. Las
personas libres y disgregadas de la sociedad en una agrupación compacta, a la
manera de la milicia romana en formación, de personas libres en vida
comunitaria. Y para ello se hace necesario volver a instaurar un ideal ético
para las personas del siglo XXI. Si la Hispanidad está muerta hoy a nivel
geopolítico, desde luego no lo está a nivel ético: basta con leer la literatura
del Siglo de Oro o a sus más importantes glosadores de los siglos consecuentes
para darse cuenta de ello.
Los hombres deben
abandonar el individualismo que empezó con el perspectivismo renacentista y que
ha acabado dando lugar al modelo egoísta del liberalismo, al subjetivismo
relativista y a los desvaríos anti-naturales de la ideología de género. La
comunidad se funda sobre unas tradiciones comunes y sobre el respeto a la
individualidad de cada miembro, cuya soberanía sólo puede ser violada en nombre
de la salvaguarda de la propia existencia de la comunidad. Dicha estructura no
requiere de tribunales ni de una fuerza policial porque obedece al orden
natural cuyas leyes no escritas ni dictadas, conocidas como derecho natural,
resultan inherentes a los hombres. La negación de esa tendencia del ser humano a
una ley natural directamente relacionada con la Sophia Perennis tiene unas consecuencias hoy a la vista de todos,
como expresa Danilo Castellano: “Negar
que el hombre sea en su esencia un ser racional (y social) y, por ello, un ser
responsablemente libre, significa negar la posibilidad de la experiencia
jurídica, para seguir la utopía de la libertad moderna, que coherente pero
absurdamente postula la inexistencia del derecho natural, esto es, del derecho
en sí y por sí. El nihilismo absoluto que está en la base de esta afirmación se
autorrefuta no sólo en el plano teorético sino también en el práctico, cuando
debe transformar la experiencia jurídica en una experiencia cualquiera del
poder formalmente ejercido pero nunca verdaderamente justificado y fundado”.
Castellano encuentra que “el canto del
gallo de la modernidad” se halla en el pensamiento de Martin Lutero.
Sin embargo, el
establecimiento en una comunidad en nuestros días no debe tratar de imitar el
modelo de las comunidades existentes en el pasado de manera idéntica, puesto
que algo así hoy resultaría sencillamente grotesco. Por lo tanto, se hace
preferible profundizar en lo que a términos personales y de radio de influencia
cercano se refiere. Sin embargo, no debe erradicarse ese tercer paso en la
escala, aunque sea como ideal utópico, puesto que mientras no existan
comunidades operativas establecidas sobre costumbres comunes y unas tradiciones
sólidas, no habrá capacidad de resistencia real contra el globalismo ni la
Modernidad toda. Sin el regreso de las comunidades a Occidente, los herederos
de la tradición judeocristiana y grecorromana solo podremos aspirar a la
supervivencia. No debemos contentarnos, por tanto, con salvar nuestra alma:
debemos aspirar a, mediante la predicación laica y heterodoxa pero efectiva,
hacer posible que cualquiera pueda salvar su propia alma también.
El problema es que
en nuestro tiempo, las “religiones de sustitución” de corte mesiánico han
creado ideologías “a la carta” de cada consumidor, de tal forma que la sensibilidad
personal de cada uno ha sido elevada a categoría establecida en el marco de la
llamada “batalla cultural”. Aquellos que participan bienintencionadamente de
estas polémicas twitteras no se dan
cuenta de que están favoreciendo la destrucción de los lazos comunitarios al
participar activamente en la división social y en la atomización colectiva.
Ninguna polémica promocionada por el propio sistema, que ocupa a los jóvenes
con crónicas y fugaces “cortinas de humo”, junto con otras menudencias televisivas,
podrá favorecer el despertar espiritual. Lo que nace y es mediocre jamás podrá
conducir a lo sublime de manera directa, como supo ver Baltasar Gracián: "¿Qué aprovecha ser una cosa relevante
en sí, si no lo parece? Si el sol no amaneciera haciendo lucidísimo alarde de
sus rayos; si la rosa, entre las flores, se estuviera siempre encarcelada en su
capullo y no desplegara aquella fragante rueda de rosicleres; si el diamante,
ayudado del arte, no cambiara sus fondos, visos y reflejos; ¿de qué sirvieran tanta
luz, tanto valor y belleza si la ostentación no los realzara? Yo soy el sol
alado, yo soy la rosa de pluma, yo soy el joyel de la naturaleza, y pues me dio
el Cielo la perfección, he de tener también la ostentación. El mismo Hacedor de
todo lo criado, lo primero a que atendió fue al alarde de todas las cosas, pues
crio luego la luz, y con ella el lucimiento, y, si bien se nota, ella fue la
que mereció el primer aplauso, y ese divino; que, pues la luz ostenta todo lo
demás, el mismo Criador quiso ostentarla a ella. De esta suerte, tan presto era
el lucir en las cosas, como el ser: tan válida está con el primero y sumo gusto
la ostentación".
Podemos sintetizar
diciendo que cualquiera que se disponga a experimentar un despertar espiritual
ante la crisis occidental deberá desarrollar una sensibilidad crítica contra la
Modernidad por la cual busque aquello que todo en el mundo secularizado
conspira por arrebatarle: la sacralidad que trasciende la materia partiendo de
aquello que se encuentra más fuertemente incrustado en ella: el espíritu o
soplo divino. Para ello se hace necesario defender, teóricamente pero también
en el día a día, todo aquello que trascienda al hombre: la patria, el honor, la
religión, los ideales, la comunidad, la espiritualidad ínsita a todo ser humano
o la tradición sapiencial. Que nos religa con lo elevado y nos ayuda a releer
lo presente a la luz de lo pasado.
Debemos entender
que los seres humanos hemos sido creados con unas aspiraciones que sobrepasan
con mucho las perspectivas vitales ofrecidas por nuestro tiempo. Y no estoy
haciendo referencia a términos cuantitativos, sino cualitativos: somos seres
anhelantes de sentido. Por lo tanto, el despertar espiritual no supone un paso
forzado o un esfuerzo ímprobo, sino que consiste en la más natural de las
demandas humanas: la necesidad de hallar una finalidad que le dé sentido a la
muerte, esto es, a nuestro insignificante paso por la vida.
En relación con lo
que se acaba de mencionar y haciéndose eco de Huizinga, Pedro Laín Entralgo
plantea una serie de preguntas tan fundamentales como perfectamente actuales: “...En su nervio más íntimo, en esto
consistió la crisis de la Edad Media; crisis que no terminará hasta que en la
primera mitad del siglo XVII Galileo y Descartes inicien formalmente la
mentalidad moderna. Visto desde nuestro siglo —es decir, desde la situación
creada por la crisis—, ¿qué ha sido el mundo moderno, considerado como solución
de la crisis que comenzó en la vida europea durante el tiempo que desde
Huizinga es tópico llamar otoño de la Edad Media? Y por otra parte, ¿en qué ha
consistido la crisis de él que desde nuestros abuelos estamos viviendo los
hombres de Occidente, y por extensión los hombres todos? Tal ahora es nuestro
problema”. Por supuesto, lo sigue siendo con más intensidad que antes.
Si la crisis de
nuestro tiempo comenzaba con la negación de la Edad Media a través de la
imposición de una leyenda oscurantista y del todo falsaria, se hace necesario
retornar una vez más a la Edad Media, desde una óptica del todo imparcial, para
poder volver a una dimensión antropológica pre-moderna. Para lo que se hace
necesario recurrir a una aclaración de Luis Díez del Corral: “La Edad Media representa la afirmación en
grado máximo de la particularidad, del individualismo y de la subjetividad
frente al principio de la unidad, que no es negado, sino mantenido idealmente
como término de referencia y contrapunto en la forma peculiar del Imperio
medieval. El feudalismo es justamente un sistema que trata de cohonestar en la
medida de lo posible los dos principios contrapuestos, una sutil y vasta red de
relaciones humanas entre la aldea y el Imperio (...). Cierto es que algunos
períodos de la Edad Media, en ciertas corrientes espirituales al menos, el
hombre parece volver las espaldas al mundo e interpretar estática,
conclusamente el orden de la naturaleza, cuya realidad queda esfumada en una
interpretación simbolicista. La felicidad no es buscada en este mundo, sino en
el más allá; preténdese un bienestar futuro, ultramundano, que se contrapone al
malestar presente del mundo; pero, en el fondo, no es una huida del mundo, una
dejación de los deberes humanos de configurar el mismo, aunque al contrario, en
términos generales, el ímpetu de la trascendencia es condición imprescindible
para reobrar un enérgico sobre el mundo, como lo prueba en plena Edad Media el
impulso de realización técnica que, desde la arquitectura a la agricultura,
demuestran los centros sociales más representativos de su mentalidad religiosa”
Uno de los pilares
de la filosofía católica es la creencia en el libre albedrío, que se encuentra
plenamente integrada en lo más granado de la literatura hispánica a modo de
bastión inexpugnable contra el mundo moderno. Los grandes clásicos literarios
de la Hispanidad la han defendido frente a los embates del determinismo moderno
heredado de la Reforma. Somos libres para hacernos merecedores de la gracia y
de la salvación a través de nuestros actos. Leyendo a Cervantes, Javier García
Gibert descubre hasta qué punto es relevante dicha cuestión dentro de la obra
del autor del Quijote: “Ese camino que cada cual recorre en virtud
de su albedrío puede conducirse a escenas y estaciones de salvación o de
perdición moral. Pocos axiomas hay más importantes en el humanismo cervantino
que el que postula que el albedrío lleva consigo, como nota aledaña e
inexcusable, la responsabilidad moral, que determina el mérito o el demérito de
las actuaciones humanas. La proverbial benevolencia de Cervantes jamás
significa, por tanto, una exención del merecido castigo por las malas acciones
y los errores morales cometidos en virtud del libre albedrío. Ningún grave
desafuero ético se comete en su obra a beneficio de inventario”.
Otro importante
teórico de la Hispanidad, Manuel García Morente, destacó otro de los ideales
que rellenan el corpus del caballero cristiano tal y como lo define la
Hispanidad a través de sus grandes obras literarias y de sus mayores gestas
históricas: “El caballero cristiano
cultiva con amoroso cuidado su honra. ¡Como que la honra es propiamente el
reconocimiento en forma exterior y visible de la valía individual interior e
invisible! El honrado es el que recibe honores, esto es, signos exteriores que
reconocen y manifiestan el valor interno de su persona. El mecanismo
psicológico del sentimiento de honor consiste en lo siguiente: entre lo que
cada uno de los hombres es realmente y lo que en el fondo de su alma quisiera
ser, hay un abismo. Ennoblécese, empero, nuestra vida real por el continuo
esfuerzo de acercar lo que en efecto somos a ese ser ideal que quisiéramos ser.
En la tierra la limitación humana no permite al hombre realizar la perfección,
esto es, la identificación entre el ser real que efectivamente somos y el ser
ideal que quisiéramos llegar a ser; por eso justamente la vida humana consiste
en una imitación o recuerdo imperfecto de la vida ideal divina: limitación de
Cristo. Honra es, pues, toda aquella manifestación externa que alienta al
hombre en su afán y propósito de perfección, ocultando en lo posible entre la
maldad real y la bondad ideal, el caballero cumplido. La honra, el honor es,
pues, ese reconocimiento externo del valor interior de la persona. En cambio,
el menosprecio es todo acto o manifestación externa que hace patente bien a las
claras el abismo entre el ser real y el ser ideal perfecto, y que tiene por
consecuencia su menor aprecio de la persona individual. Puede, pues, una
persona deshonrarse o ser deshonrada. Se deshonra cuando es ella misma, por su
conducta o sus palabras, la que pone de manifiesto su menor valía o menor
aprecio, el abismo entre la realidad íntima de su persona y el ideal a cuyo
servicio está o debe estar”.
Dios, el Creador,
nos ha entregado el libre albedrío y la capacidad del buen juicio para poder
discernir en aquello que Antonio Medrano llamaba la batalla diaria con el
dragón qué es lo bueno y qué es lo malo. Algo que se ha acentuado con la
imposición del nihilismo en el alma del hombre moderno, como ha visto el propio
Medrano: “Hacer ver que el hombre no
puede ser reducido a la simple categoría de trabajador, consumidor, espectador,
ciudadano, contribuyente, votante o militante, o sea, ente que trabaja,
produce, consume o vota, o disfruta del espectáculo y la diversión que se le
ofrece (el panem et circenses que conceden las tiranías a la plebe), como hoy
suele ocurrir por desgracia. La persona humana no es un simple número anónimo
(una parte alícuota de una cantidad o una gran masa mayor), un objeto o un
producto con el que se puede hacer lo que se quiera, un mero individuo a merced
de las ideologías y su ingeniería social. El nihilismo, que muy a menudo se
presenta bajo la falsa careta del humanismo, destruye tanto la fe en la
realidad (la confianza en el ser) como el amor a la realidad, los dos pilares
en que se asienta la vida humana, una vida humana digna de este nombre. Y con
ello introduce dos funestos fermentos que hacen imposible la vida humana y
personal: la desconfianza hacia la realidad y el odio o desprecio a esa misma
realidad. Dos fuerzas negativas que suponen un lento pero implacable suicidio
anímico, un darse muerte a plazos, que muchas veces no tarda en traducirse en
suicidio físico o autodestrucción final del individuo. Sobre esas dos bases
podridas resulta imposible construir una vida personal auténtica, sólida, sana
y vigorosa. El individuo que haya hecho de ellas su propia atmósfera vital, en
vez de avanzar en el proceso de personalización, haciéndose cada vez más
persona, se degrada y envilece, se irá deformando, disminuyendo en calidad
humana y haciéndose progresivamente menos persona”.
Podemos decir, por
lo tanto, que hemos sido llamados a un tiempo histórico compartido con otros y
a una vida única e irrepetible para una misión intransferible que debemos
realizar tanto en el plano individual como en el colectivo, de manera
indivisible. Así, Ramiro de Maeztu no diferenciaba el proyecto comunitario de
Hispanidad como destino Imperial del proyecto individual de Hispanidad como
destino personal: “El drama se opera, por
supuesto, en la región medianera, que es la de las almas. A ellas corresponde
nutrirse del espíritu, para espiritualizar con él la tierra y conservar y
acrecentar el tesoro espiritual, para que las nuevas generaciones se alimenten
con él. Ellas son las que han de conservar izada la bandera. El espíritu no puede
morir, pero la patria, sí, por abandonarlo o traicionarlo o cambiar sus valores
por disvalores que envenenen las almas. También en este plano del espíritu ser
es defenderse. Ser es defender la Hispanidad de nuestras almas. La Hispanidad,
como toda patria, es una permanente posibilidad. Así como sobre el individuo se
alza la guadaña de la muerte, como una fatalidad inevitable, la patria, en
cambio, como la rueda de la Fortuna, es permanente posibilidad. Puede morir,
puede ser inmortal, por lo menos mientras no venga el fin del mundo: todo
depende de nosotros que, a nuestra vez, no realizaremos nuestros destinos
personales como abandonemos lo que nos señala, como corriente histórica que
apunta al provenir, la tradición de nuestra patria”.
En otras palabras: lo
más básico y nuclear del despertar espiritual que compone la base de toda
rebelión contra el mundo moderno se encuentra en aquello que Julián Marías
denominaba como “vocación” dentro de su Breve
tratado de la ilusión. Es decir, que el autoconocimiento en constante
perfeccionamiento es lo que nos conduce hacia el conocimiento exterior del
mundo: en el momento en el que descubrimos para qué hemos sido llamados al
mundo es cuando en verdad empezamos a dejar nuestra mínima impronta en él.
Jacob Taubes lo supo entender asimismo: "Como el orden externo del universo ha perdido significado, la única
dimensión en la que el hombre puede tener su lugar para vivir es en su propio
ser”. De nuevo Maeztu: “ser es
defenderse”.
En palabras de
Marías: “Cuando la vocación se hace
concreta, aunque originariamente sea genérica y nazca del encuentro de ella en
la sociedad, realizada en otros, se liga a la propia personalidad, se entrelaza
con la trayectoria vital y se convierte en una dimensión de ella. Ya no se
trata de la vocación esquemática de médico, sino de este médico individual,
definido por una situación no intercambiable y un proyecto personal que
transforma la vocación genérica. Tal vez el labrador individualiza la profesión
milenaria, ejercida por millones y millones de hombres en todas partes y en
todas las épocas, al adscribirla a su tierra. La función de la madre de familia
adquiere un carácter único y archipersonal
porque se trata de esta familia insustituible. En ambos casos, el
quehacer cotidiano adquiere el dramatismo que pertenece a la vida como tal y no
se puede separar de su configuración. Es quizá la justificación del uso
lingüístico que en español usa el verbo «ser» y no el «hacer» para designar la
profesión: ¿Qué es usted?, y no qué hace (...). Lo que más puede descubrir a
nuestros propios ojos quién somos verdaderamente, es decir, quién pretendemos
ser últimamente, es el balance insobornable de nuestra ilusión. ¿En qué tenemos
puestas nuestras ilusiones, y con qué fuerza? ¿Qué empresa o quehacer llena nuestra
vida y nos hace sentir que por un momento somos nosotros mismos? ¿Qué presencia
orienta nuestra expectativa, qué anticipación nos polariza, tensa el arco de
nuestra proyección, se convierte en el blanco involuntario e irremediable de
ella? ”.
Sin embargo, no
debemos correr el riesgo de caer en el solipsismo o en el psicologismo: dos
peligros muy reales cuando se habla en los términos en los que lo estamos
haciendo. Cabe aclarar que el nihilismo antropológico nos ha acabado
convirtiendo en unos egoístas capaces de destruir los vínculos familiares y
sociales para defender nuestra percepción subjetiva del mundo cuando lo cierto
es que los vínculos familiares y sociales deben primar en el desarrollo de la
persona y que la realidad no es ningún escollo en el autoconocimiento sino su
verdadero punto de partida. Todo en el mundo pasa como un soplo pero la verdad
permanece como único asidero: el hombre que se ampara en la mentira perderá en
todos sus empeños frente al hombre que apueste por aquello que le arraiga y le
trasciende.
Además, todos los
hombres y mujeres hemos sido llamados, dependiendo de nuestro sexo, a una tarea
genérica a partir de la cual se hace preciso desarrollar nuestra particularidad.
Todo hombre es un héroe en potencia: capaz de racionalizar el mundo y de
ordenarlo mediante unos parámetros sólidos que le permitan actuar con
seguridad. Las mujeres, por su parte, han venido a la vida a la tarea más
grande que se pueda concebir: la de traer, a su vez, otra vida, que nacerá
dependiente de la suya y germinará hasta terminar por ser independiente. Ambas
misiones son imprescindibles para la preservación de la especie: el hombre crea
un entorno para que la vida albergada por la mujer pueda nacer con seguridad y
bienestar. El despertar espiritual puede estar en la necesidad acogedora de ser
madre o en la voluntad paternal de conducir con seguridad una familia. Que
siguen constituyendo, hoy como en el lejano siglo XVI, las mejores formas de
resistencia contra el Estado. Como decíamos antes, el sentido común de la
propia especie se impone sobre los dogmas estatales dado que lo popular es
natural y lo estatal es artificial.
La mayor batalla de
nuestro tiempo tiene lugar en el imaginario. Vivimos en una sociedad de la imagen
donde constantemente somos expuestos a un flujo constante de imágenes que
configuran nuestra forma de pensar pero ante las que estamos indefensos. No
sabemos mirar con inteligencia y, por lo tanto, resulta sumamente fácil que nos
manipulen a través de la vista. La disputa dialéctica, por medio de ensayos y
monografías, lleva a la "batalla
cultural"; la disputa ficcional, por medio de novelas y teleseries,
lleva a la "lucha por el imaginario".
Dependiendo de los arquetipos que dominen nuestra mente subconsciente, se
gobernará por el mundo a través de sus actos nuestra mente consciente.
Los arquetipos del
héroe y de la madre son sustituidos por una imagen narcisista y consumidora que
nos susurra al oído que ninguna renuncia o sacrificio valen por el placer de la
egolatría; algo que es radicalmente falso y que resulta del todo inmoral. Por
eso, dentro de la batalla de nuestro tiempo ninguna es tan relevante como la
batalla por el ideal de mujer que conforme nuestras sociedades. Hay que liberar
a las mujeres del nefasto influjo del Ministerio de Igualdad: a través de la
lucha por el imaginario. El feminismo ha provocado, con su guerra contra la
maternidad, la infelicidad de las mujeres, el descenso de la natalidad y el
incremento del consumo. Esa es la peor consecuencia de la “podemización de
España”: ha vuelto a las mujeres infelices, resentidas y alienadas
enfrentándolas al hombre, a la biología y a su vocación natural. Sólo el amor
de pareja puede conciliar aquello que el Estado, los medios de comunicación y
la intelectualidad han desunido.
Así lo entendió
también Jesús Trillo-Figueroa: “Decir que
la naturaleza no establece el instinto de maternidad; o que la naturaleza no
asocia el sexo al amor es faltar a la verdad. Pero, claro está, de nuevo nos
encontramos con la diferente concepción en torno a la verdad. La verdad no es
la que establezca el discurso correctamente construido o deconstruido. La
verdad es la que es, aunque se piense al revés. Está ahí, no se crea, se
encuentra. El encuentro lo produce el hombre, porque un hombre noble es un ser
que busca la verdad. Y cuando la verdad se encuentra, la conmoción que se
produce es de tal naturaleza que el hombre se enamora. Porque la verdad que
descubre merece ser conquistada. Esto sucede cuando el hombre-persona conoce a
otra persona y la identifica como verdad, su verdad. Entonces la verdad actúa
operativamente, y afecta a la personalidad que se quiere salir de sí y donarse
al otro, para con él repetir la verdad encontrada. En esto consiste la
capacidad creadora despertada por la realidad y la verdad en el ser humano
(...). Difícilmente podrá triunfar una ideología de no admitir una verdad tan
sencilla y universal como es la experiencia del amor sexual, o la experiencia
del instinto maternal. Ambas cuestiones son la base de la continuidad de la
especie y de la sociedad que conocemos. Desterrar estos conceptos del discurso
será una tarea posible. Pero erradicar esos sentimientos se me antoja totalmente
imposible. El Estado podrá en la locura ideológica decretar la muerte de la
mujer madre o del niño hijo, lo que nunca podrá matar es el sueño; porque la
Humanidad jamás dejará de soñar, gracias a la maternidad”.
O Juan Bautista
Fuentes: “Acoger y cuidar continuamente y
por ello incitar a la enmienda mediante la disposición de antemano al perdón:
ésas son justo las funciones que sólo puede cumplir el cuerpo viviente humano
femenino, dotado del seno y de las entrañas de las que está dotado. Y por
cierto que así como estas funciones pueden extenderse más allá de los propios
hijos al resto de los miembros de la familia y aun a aquellos prójimos que
pudieran estar al alcance del radio de acción de la mujer, así habrá también
mujeres que no habiendo sido madres podrán por el hecho de ser mujeres, o sea
madres potenciales, ejercer este radical influjo benéfico tanto sobre los
miembros de la familia como sobre otros posibles prójimos (...). Así pues, el
hilo que buscábamos sólo podremos encontrarlo aquí: en las madres, o mejor, en
las mujeres, en cuanto que madres potenciales y desde luego actuales. Pero esto
supone ni más ni menos que la necesidad de una rebelión de las mujeres que
quieran serlo frente a las fuerzas de la aniquilación, que ahora se nos hace ya
más claro que lo que ante todo buscan es aniquilar radicalmente la condición de
mujer de la mujer. Sólo podrán ser aquellas mujeres que experimenten en lo más
íntimo de su ser, o sea en su seno y en sus entrañas humanas, el estallido
insoportable de hartazgo causado por la inusitada y radical violencia a que esa
naturaleza suya está siendo sometida, sólo podrán ser, digo, esas mujeres las
que se determinen a hacer moralmente frente sin la menor concesión a las
fuerzas violadoras de la aniquilación”.
Y la propia Doris
Lessing, poco sospechosa de machismo, según una reveladora noticia de la que
daba testimonio: "El banco Natwest
tenía un proyecto para promocionar a las mujeres dentro del propio banco y
descubrió que solo interesaba a una parte muy pequeña de las empleadas. Les
brindaron cursillos especiales y cosas por el estilo, pero en general las
mujeres no querían competir. En cambio lo que sí deseaban, pese a tanto
movimiento feminista, era casarse y tener una familia, a excepción de una
minoría. Y no veo por qué no. No es justo que reciban críticas por pensar así".
Recientemente, la escritora Ana Iris Simón se expresó en términos similares
ante Pedro Sánchez: “Lo que más envidio
de mis padres a mi edad es que para ellos tener hijos no supuso el salto al
vacío que yo siento ahora. Con 28 años he vivido tres ERE y mi contrato
temporal finaliza dos días después de la fecha programada para mi primer parto.
No tengo coche y no tengo hipoteca y si no los tengo es porque no puedo. Si
realmente necesitamos plantarle cara al reto demográfico apostemos por las
familias, por darles beneficios fiscales al contrario de lo que se proponía
hace unos días, por ayudas directas a la natalidad y las escuelas gratuitas de
0-3 años en todo el territorio”. La alienación de las madres y la
alienación de los jóvenes suponen los más graves síntomas de que España se
encuentra al borde del colapso.
Incluso dentro de
los círculos mediáticos y sociales disidentes, se hace evidente la escasez de
mujeres. Obviamente, la sociedad es mucho más clemente con ellas que con el
hombre blanco heterosexual y religioso; pero, aun así, tengo la sensación de
que estamos fallando en nuestra labor de prédica para con las mujeres. Ese es,
junto con la necesidad de crear una comunidad disidente cohesionada, organizada
y fuerte, el gran reto de la lucha por el imaginario en los próximos años.
Aunque como nota de color cabría añadir que se está consiguiendo aglutinar a un
importante contingente de hombres jóvenes que no están dispuestos a dejarse
llevar como un fardo carente de voluntad hacia el materialismo imperante. Sin
embargo, su situación social es complicada y significarse como disidente a
nivel público puede tener unas consecuencias catastróficas en el ámbito
personal y profesional. Tenemos que celebrar con especial ilusión, por ello, la
aparición de jóvenes y talentosos autores como César León de Castro, una
reciente incorporación a las filas del articulismo español desde El Correo de
España.
El propio 15M tuvo
mucho que ver con el descontento generado ante la pérdida de poder adquisitivo
y ante las negras esperanzas laborales de una masa de jóvenes titulados. Leamos
a Schumpeter, que se anticipó hace décadas a una situación que sufrimos desde
hace tiempo en España, para entenderlo mejor: “El hombre que ha pasado por un instituto o una universidad se convierte
con facilidad en físicamente inempleable para las ocupaciones manuales, sin
adquirir por ello una empleabilidad en las profesiones liberales. Su fracaso en
este sentido puede ser debido a una falta de capacidad natural o una enseñanza
insuficiente, y ambos riesgos se multiplicarán cada vez más, en cifras
absolutas y relativas, a medida que aumenten los estudiantes de educación
superior y aumente el volumen de enseñanza exigida, con independencia del número
de profesores y alumnos con que la naturaleza nos haya dotado. Los resultados
de no tener esto en cuenta, y obrar apoyándose en que las escuelas, institutos
y universidades son una mera cuestión de dinero, resultan demasiado evidentes
como para insistir en la cuestión. Casos en los que habiendo una docena de
solicitantes para un empleo, todos ellos formalmente cualificados, no exista
ninguno que pueda desempeñarlo satisfactoriamente son conocidos por todo el que
tenga algo que ver con los nombramientos de personal, esto es, por todo el que
se encuentre cualificado para juzgar con conocimiento de causa la materia”.
Cuando esa
sobretitulación ignorante se encuentra con un mercado laboral carente de
perspectivas que aboca al trabajo embrutecedor y a los empleos crónicos, es
natural que la reacción oscile entre la frustración y la ira. Leamos al
sociólogo español Amando de Miguel: “Se
ensalza todo lo relacionado con la adolescencia y la juventud por representar
lo nuevo, lo último, la prefiguración del porvenir. La moda, el lenguaje
coloquial, la mentalidad predominante, los valores admitidos se entusiasman con
el espíritu juvenil. Las estrellas de la música o el deporte simbolizan el
ambiente juvenil exultante. Nadie discute que los políticos subvencionen de modo
preferente a los jóvenes”. Se trata de unas generaciones de gentes
sobreprotegidas y endiosadas que, de la noche a la mañana, se encuentran
arrojadas al ruedo del mundo laboral como carne de cañón en una guerra: sin
posibilidad de salir enteros. Y, lo que es peor, sin un soporte existencial
capaz de orientar los reveses profesionales, personales, existenciales o
sentimentales.
El consuelo que distingue
el dolor de los mamíferos y el de los hombres es la capacidad de comunicación.
El dolor es igualmente intenso, pero en la conciencia del mismo y en la
dignidad del testimonio se encuentra una cierta paz que a los animales les
resulta quimérica. La confesión entregada o recibida de otros sirve de
descargo, sobre todo cuando se le otorga una dimensión estética como ocurre en
el arte. Hoy en día, sin embargo, existe una verdadera epidemia moral de
jóvenes incomunicados a consecuencia de la destrucción de los espacios
comunitarios y de la pesada losa que suponen las redes sociales como forma de
interacción cuando se sale al mundo real. Para ellos, decir comunicación supone
mentar una entelequia. Las redes suplen ese papel pero obviamente no son
equiparables y las consecuencias están a la vista de todos. Usamos los medios
digitales para gritar nuestro odio a través de mensajes anónimos, pero
únicamente se oculta el dolor que nadie es capaz de chillar de viva voz. Porque
nadie lo escucharía: todo el mundo tiene los auriculares puestos y la mirada
fija en una pantalla.
La crisis de la
maternidad nos ha llevado a unas cifras críticas de natalidad que el Gobierno
socialista pretende suplir con inmigración africana; la precariedad laboral de
unas generaciones depauperadas, “sobre-tituladas” y “nihilizadas”; y la ruptura
social, territorial y política de una España cada vez más a la merced de la
Unión Europea y del globalismo. Esas son las peores consecuencias de la
“podemización” de España. La pobreza espiritual de nuestros compatriotas tiene
su correlato más evidente en la pobreza estética de esas mismas personas: a
nadie le importa el arte lo mismo que a nadie le importa la religión. Ya nada
nos recoge y ampara en ese acogedor silencio interior de meditación mística que
dialoga con Dios.
Sin embargo, no
debemos desesperar cometiendo el error de caer en ese delirio apocalíptico tan
común de nuestros días. Y tampoco debemos rendirnos, renegar o dejarnos
subyugar. Marcelino Menéndez y Pelayo escribió: “Quiso Dios que por nuestro suelo apareciesen, tarde o temprano, todas
las herejías, para que de ninguna manera pudiera atribuirse a aislamiento o
intolerancia esa unidad preciosa, sostenida con titánicos esfuerzos en todas
las edades contra el espíritu del error. Y hoy, por misericordia divina, puede
escribirse esta historia mostrando que todas las heterodoxias pasaron, pero que
la verdad permanece, y a su lado está el mayor número de españoles, como los
mismos adversarios confiesan. Y si pasaron los errores antiguos, así acontecerá
con los que hoy deslumbran, y volveremos a tener un solo corazón y una alma
sola, y la unidad, que hoy no está muerta, sino oprimida, tornará a imponerse,
traída por la unánime voluntad de un gran pueblo, ante el cuál nada significa
la escasa grey de impíos e indiferentes”. Debemos actualizar sus palabras
con la misma esperanza del genial autor español.
Para trascender la
muerte debemos vivir día a día consagrando nuestros actos más efímeros a la
eternidad. Y para encontrar la trascendencia en una cultura de la muerte, que
niega dicha categoría sistemáticamente, hay que defender todo aquello que
involucra a la persona en un sistema de sentido: la libertad, el amor, la
patria, el honor, la ilusión, la espiritualidad, la tradición. Quien vive con
principios no conoce la derrota o el fracaso. En palabras de Oswald Spengler: "Este es nuestro propósito: hacer lo más
significativa posible esta vida que nos ha sido concedida. Vivir de tal manera
que podamos estar orgullosos de nosotros mismos. Actuar de tal manera que una
parte de nosotros sea eterna". Debemos aprender a ser madres o héroes:
sin pensar, por ello, que debemos dejar de ser otras muchas cosas que forman
parte de nuestro ser; más al contrario, abrazando el arquetipo, esos otros
componentes indispensables se potenciarán.
Escribo estas
líneas mientras en Francia el presidente alerta de que piensa “joder” a los
no-vacunados. Algo así ya está en marcha en Italia: sólo se les permite comprar
los alimentos imprescindibles para su supervivencia. Otra vez esa dialéctica
del amigo/enemigo para legitimar la estigmatización. Otra vez los que detentan
el poder hacen lo preciso para no abandonarlo, aunque sea condenar a una parte
la propia población al oprobio del aislamiento incruento. No dudo de que en
España pronto nos encontraremos en una situación análoga: y nada de eso podría
haberse hecho sin la reconfiguración del mapa moral y político que supone
Podemos como cierre del “espíritu del 15M”.
En el tiempo donde
se privilegia a las minorías, una nueva minoría se presta a ser inmolada: la de
aquellos que rehúsan ser vacunados. Chivo expiatorio de la enésima tentación
totalitaria occidental: el “pasaporte Covid” a modo de unción ceremonial que
brinda la absolución y condena al renegado. El signo de la Modernidad se
esculpe en la evidencia captada por Roberto Calasso a través de René Girard:
que nuestro tiempo es el primero ajeno a la noción de sacrificio colectivo.
Quizás eso ya no sea así: hemos encontrado a la víctima propiciatoria. Poco a
poco se procede a deshumanizarla: “negacionistas”, malintencionados,
ignorantes, estúpidos, cobardes, insolidarios, asesinos. Sólo falta volver a
encender las antorchas. Pero a nadie se le ocurre forjar de nuevo la espada. No
hay comunidad, ni hombres: solo esquirlas. Igual que fotografías de un pasado
reciente. España, en
palabras de Coleridge: “Since then, at an
uncertain hour,/ That agony returns:/ And till my ghastly tale is told/ This
heart within me burns”.
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