BALANCE PERSONAL DE LIBROS, SERIES Y PELÍCULAS DE 2021. Por Guillermo Mas
Autor del artículo: Guillermo Mas Arellano.
¿Por qué hacemos
listas? Para tratar de otorgar una forma a aquello que carece de ella: la vida
y toda la actividad humana que lleva aparejada consigo. Seleccionamos porque
sabemos que nos dirigimos a alguien que, al igual que nosotros, no dispone de
la eternidad para verlo todo. Porque supone recordar aquello que nos ha
emocionado, el momento en que nos emocionó y cómo tras esa emoción pudimos
sentir un poco más cerca de un mínimo atisbo de consuelo y certeza, en el marco
de un mundo dominado por el desasosiego y la incertidumbre. Porque queremos que
nuestros conocidos y amigos nos escriban con palabras abruptas, incendiados y
enfurecidos, para señalar en nuestra selección onerosas e imperdonables
ausencias; incomprensibles y luctuosas presencias. Y porque, bueno, hacer una
lista de estas características es tremendamente divertido para el que la hace
y, si el arte acompaña, también para el que la lee.
Nadie nunca debería
tomarse demasiado en serio una lista. Ni siquiera en lo que a mandatos divinos
o a normas jurídicas se refiere. El consumismo, en definitiva, se basa en la
infidelidad crónica hacia nuestras propias “listas de la compra” autoimpuestas.
Una lista se merece todo nuestro escepticismo y nuestra ironía; al fin y al
cabo, no se puede leer o ver todo, ni siquiera una ínfima parte de la
totalidad. El criterio empleado para realizar una lista será siempre subjetivo
y, en el fondo, siempre estará supeditado al azar, que es quien pone
determinadas obras a nuestros pies para que luego sean las circunstancias
personales de cada uno las que nos llevan a amar o no una obra más allá de sus
virtudes objetivas. Es cierto que una mala tarde de truenos internos o de
insomnio acumulado te puede llevar a odiar una obra maestra; también lo es que
un visionado risueño puede llevar al crítico (que se ha enamorado la tarde de
antes) a entusiasmarse con una porquería de tantas.
Como creo que no se
puede hablar con verdad, paradójicamente, sino desde la subjetividad más
desmelenada, mi lista es puramente impresionista y no pretende ser esculpida en
mármol por nadie, jamás; como mucho, aspira a no renegar con vehemencia de su
propio contenido apenas hayan transcurrido unos minutos desde su publicación;
y, con suerte, se propone generar algún debate interesante con el esforzado
lector. La literatura, cabe añadir, es una manifestación textual del espíritu y
la única forma de autoconciencia compleja y de conocimiento total de la
realidad de la que disponemos; el cine y las series representan una denuncia de
la técnica realizada desde la propia técnica y componen la novísima forma que
el arte ha adoptado para una cultura de masas o anticultura en los siglos XX y
XXI. El mapa de las grandes ficciones de nuestro tiempo es, asimismo, el mejor
mapa del que podemos disponer para entender nuestro tiempo en toda su
profundidad. Sin más dilación, vamos con el mío.
De entre todas las
novelas publicadas —el original apareció en 2020 en los Estados Unidos— de
las que he tenido noticia este 2021, mi favorita ha sido: Mundo Hormiga, de Charlie Kaufman, que ha sido editada por la
valiente Editorial Barrett. Se trata de la obra más personal de este genial
guionista y director de cine que ha debutado con una de las mejores novelas de
los últimos años, capaz de recuperar el espíritu renovador de algunas obras
importantes de los años 90 como Casa de
hojas de Mark Danielewski, La broma
infinita de David Foster Wallace o El
cuaderno perdido de Evan Dara.
De entre las novelas
escritas y premiadas en 2021, he seleccionado dos: representando a Estados
Unidos, Ciudad de las nubes, de
Anthony Doerr, que es una versión accesible del revolucionario esquema
narrativo inventado por David Mitchell en 2004 y que encarna uno de los mejores
homenajes al arte de contar historias de los últimos años; La anomalía, de Hervé Le Tellier, una novela que parte de un marco fascinante
para desplegar una amplia panoplia de géneros y de personajes en la mejor línea
de Georges Perec. Tanto el trabajo de Doerr como el de Le Tellier señalan el
camino que, en opinión de quién esto escribe, debería de seguir la ficción del
siglo XXI.
De entre las novelas
escritas por autores españoles, he escogido mis dos preferidas: El sacrificio, de Javier García Gibert,
una obra de gran calado por la fidelidad con la que retrata la condición humana
atravesada, eso sí, en el trance amoroso, más allá de toda figuración
distorsionadora derivada del pensamiento políticamente correcto; y El árbol de los sueños, de Gustavo Martín Garzo, un libro
inolvidable y con vocación de eterno que se propone celebrar toda la belleza y
toda la locura del mundo a través de mil y una historias extraídas de la
Literatura Universal y situadas entre dos tragedias íntimas que abren y cierran
el libro.
De entre todas las novelas
escritas por autores hispanoamericanos, me quedo sin dudarlo con La tierra de la gran promesa, de Juan
Villoro, uno de los mayores homenajes al mundo del cine escritos jamás, en una
historia llena de anécdotas y personajes inolvidables donde la esperanza de
renovar el cine se entrecruza con la esperanza de renovar México, y donde todos
los sueños acaban convertidos en ceniza o en rastros de celuloide.
De entre la novela
de género que, en términos generales, sigue siendo excelente si la
comparamos con la novela comercial o la novela literaria, he seleccionado un
policiaco y una obra de terror: Antigua
Sangre, de John Connolly, que es la obra más compleja hasta la fecha de
este maestro de la intersección entre terror y noir; y El morador de
Daria Pietrzak, una arriesgada novela que renueva el género de terror en España
y que anuncia un futuro literario brillante para su joven autora.
De entre los ensayos
reeditados, a nivel internacional me quedo con El Libro Negro del Comunismo, de Stéphane Courtois y otros
historiadores de prestigio reconocido, que supone un justo homenaje a las
numerosas víctimas de la más terrible ideología del siglo XX: el comunismo; y,
en lengua española, he seleccionado dos obras imprescindibles para todo
interesado, respectivamente, en Filosofía y en Historia del Arte: Hitchcock en obra (ASL editores), de
Ángel Faretta, para los amantes del cine; y Los
otros (editorial Matrioska), de Sebastián Porrini, para todo aquel que
quiera profundizar en el pensamiento tradicional y su aproximación al mito.
Sin embargo, dos
acontecimientos importantes son la recuperación de un libro imponente como los Escolios a un texto implícito, de
Nicolás Gómez Dávila, que ha reeditado la editorial Atalanta después de
permanecer descatalogado durante años; y la publicación, inédita hasta ahora,
del imprescindible Glossarium de Carl
Schmitt por la editorial El Paseo. Se trata de dos obras fragmentarias que
recopilan todo lo que un reaccionario, un tradicionalista o un escéptico
necesitan saber sobre la política canalizado a través de dos talentos
literarios de altísimo nivel. Una muestra de Schmitt, uno de los grandes
pensadores del siglo XX: “¿Qué es una
utopía? La disolución de las ilimitadas posibilidades del hombre en una
realización finita; primero solo ideada, posteriormente realizada. Pues cada
idea del hombre se cumple. El pecado de la utopía radica en que el cumplimiento
de lo finito pueda disolver el miedo que existe a la posibilidad de lo ilimitado;
que el cumplimiento limitado nos salve del aguijón de lo ilimitado, que mate
como a un paraíso de abejas de Dios que nos perturban. La utopía es el paraíso
lejano pero situado en un futuro cercano”. Y de Gómez Dávila, uno de los
mayores prosistas de la lengua española: “Ser
reaccionario es haber aprendido que no se puede demostrar, ni convencer, sino
invitar”. Dos libros inmarcesibles prestos a ser releídos muchas veces a lo
largo de una vida.
Indiscutiblemente,
el mejor ensayo original escrito en 2021 no puede ser otro que El cazador celeste, de Roberto Calasso,
que supone una obra de referencia en el estudio de la mitología griega además
de la despedida del mayor intelectual europeo de los últimos cincuenta años. Con
la muerte de Calasso, de Steiner, de Jiménez Lozano y de tantos otros en los
últimos años uno siente que lo sagrado queda un poco más olvidado en este mundo
decadente. Los guardianes del saber clásico perecen sin dejar un relevo claro y
uno, que tiene un talante un poco trágico, tiende a pensar que hay un
conocimiento que se destruye de manera irremisible con la marcha de Roberto
Calasso; o quizás no: un autor es esencialmente el conjunto de sus textos, la
totalidad de sus frases impresas a lo largo de millares de páginas
desperdigadas por el mundo. Y cada vez que un bibliotecario granujiento se
acerque, solitario y en estricto silencio, a un libro de Calasso, ese saber
intemporal de los poetas seguirá manteniéndose vivo como si de la última llama
palpitante en el vórtice una inmensa tiniebla se tratara.
Dos clásicos han
sido recuperados con valentía y ambos son dignos de mención: el ensayo Dostoievski. El novelista de lo
subconsciente, de Rafael Cansinos
Assens, traductor de algunas de las obras más importantes de la Literatura
Universal al español; y los Cuentos
Completos (una edición sublime a cargo de Jesús García Gabaldón), de Isaak
Babel, que suponen una recopilación completa de la obra de uno de los prosistas
que mejor reflejaron la técnica del montaje cinematográfico, a través de la
elipsis y con un afán de precisión incomparable, como pocos escritores del
siglo XX han sabido hacerlo.
Mis series de
ficción televisiva favoritas han sido, por orden, The White Lotus (Mike White) de HBO, una sátira alegórica sobre el
mundo contemporáneo; El ferrocarril
subterráneo (Barry Jenkins) de Prime Video, una revisión lírica y con
reminiscencias míticas de la esclavitud; y Secretos
de un matrimonio (Hagai Levi) de HBO, un acertado remake de Bergman que adapta los códigos del director sueco para un
judío estadounidense y para una mujer del siglo XXI. Quiero hacer también una
mención especial a dos productos de Netflix como lo son Gambito de Dama y El juego
del calamar, y que más allá de su calidad cinematográfica suponen dos de
los fenómenos culturales más interesantes de los últimos años. Por último,
quiero aclarar que, a diferencia de muchos otros críticos culturales y
cinematográficos, no contamos aquí series como Small Axe o películas como Otra
ronda porque las consideramos de 2020.
De entre las series
españolas, hay que mencionar dos empeños valientes y enriquecedores de
grandes productoras que han decidido poner a trabajar con una cierta libertad
creativa a cineastas de talento: Libertad
(Enrique Urbizu) de Movistar; e Historias
para no dormir (Rodrigo Cortés, Rodrigo Sorogoyen, Paco Plaza, Paula Ortiz)
de Prime Video. Ojalá y marquen una hoja de ruta a seguir para la futura
ficción televisiva en España. Para mí, la película española del año ha
sido Las leyes de la frontera, de
Daniel Monzón, una mirada más amplia, continuada y adulta del cine quinqui.
Cabe mencionar, por
el alto nivel que han demostrado, a dos series de terror excelentes: Misa de medianoche (Mike Flanagan) de
Netflix, que supone la obra cumbre de un autor que sabe trasladar con éxito los
códigos de Stephen King a la televisión; y Yellowjackets
(Ashley Lyle y Bart Nickerson) de ShowTime, que representa una adaptación
en clave de thriller y de obra de terror de lo mismo que en el fondo narra Gambito de Dama: el mundo femenino.
También es de rigor
dejar espacio a tres series policiacas dignas de mención: Bosch (Eric Overmyer y Michael
Connelly), que ha alcanzado su séptima y última temporada manteniendo el alto
nivel de las anteriores; Una historia muy
real (Eric Newman) de Netflix, que dista de ser una gran serie pero que
sabe contar con inteligencia los entresijos de la fama y el dinero; y Mare of Easttown (Brad Ingelsby) de HBO,
una ficción televisiva sobrevalorada y no demasiado original pero que encarna
todo lo que se puede esperar de una historia policial de asesinatos en un
pequeño pueblo cargado de rencillas y deudas pendientes.
Creo, sin embargo,
que las mejores películas del año han sido cintas del género noir,
más o menos cercanas al thriller en cada caso: El contador de Cartas, de Paul Schrader, es la única obra maestra
que nos ha dado el audiovisual en 2021; Culpable,
de Antoine Fuqua y con guión de Nic Pizzolatto, es lo más cercano a Hitchcock
que da ofrecido el cine en décadas; Santos
Criminales es a priori precuela
de Los Soprano que, sin embargo,
puede ser entendida con independencia del original y que pone de relieve los
elementos fundamentales de todo sentimiento trágico de la mafia; Años de Sequía, adaptación
cinematográfica de la exitosa novela de Jane Harper y donde se actualiza de
manera impecable la tragedia griega en clave ”negra”; Sin movimientos bruscos, un homenaje del incansable y siempre
sugerente Steven Soderbergh al cine negro que se hacía en Hollywood en los años
50.
Películas de
otros géneros dignas de mención han sido Fue la mano de Dios (Paolo Sorrentino),
la cinta menos autoral y más personal del genial director italiano; La crónica francesa (Wes Anderson), la
película que ha llevado más lejos el marcado estilo de uno de los grandes
autores de la posmodernidad audiovisual; The
Nest (Sean Durkin), una crónica inquietante de un matrimonio que vive “por
encima de sus posibilidades” y acaba pagando las consecuencias de su arrogancia;
La excavación (Simon Stone), una
película sobre el pasado, el amor, la guerra y la fascinación por las
estrellas; El poder del perro (Jane
Campion), una atípica película del oeste que cuenta con sutileza aquello que
Amos Oz habría llamado “una historia de
amor y oscuridad”.
A modo de adenda a
propósito del balance personal del año 2021, me permito apuntar escuetamente
algunas precisiones personales sobre lo que ha sido hasta ahora el arte
ficcional del siglo XXI y, más concretamente, de la última década (2011-2021).
Para no alargarme, puesto que cada título y cada nombre merecerían un amplio
comentario en cada caso, únicamente me limitaré a señalar los componentes de la
lista antes de pasar a las conclusiones. Mis cinco series de la década:
1) Mr. Robot (2015-19); 2) The Leftovers (2014-2017); 3) The Deuce (2017-19); 4) Dark (2017-20); 5) True Detective (2014-19); mención especial a The OA (2016-19), que no aparece dentro de la selección de cinco
por haber sido cancelada por la productora antes de finalizar su fascinante
recorrido narrativo.
Mis cinco películas
de la década, cada una representando un género distinto (por orden:
gángsters, ciencia-ficción, western, noir, terror) de aquellos que recopilan un
mayor legado dentro de la Historia del Cine: 1) El irlandés (Martin Scorsese, 2019); 2) Aniquilación (Alex Garland, 2018); 3) Comancheria (David Mackenzie, 2016); 4) Nightcrawler (Dan Gilroy,
2014); 5) Bone Tomahawk (S.
Craig Zahler, 2015). Lo mejor del cine de la década sigue estando presente en
la narrativa cinematográfica de género; podría haber escogido, por contra,
obras más arriesgadas en lo estético y rupturistas en lo formal, a cargo de
“autores” (Winding Refn, Sorrentino, Malick, P.T. Anderson, Bela Tarr,
Lanthimos, Haneke, Von Trier, etcétera) pero he preferido escoger cine de
género porque, más allá de las formas, que siempre serán reducidas en un medio
tan limitado como el cine, ese esquema de doble discurso del cine de género es
el que mejor permite introducir una temática paralela a la estereotipada trama
y, por lo tanto, que permite ofrecer con mayor nitidez una imagen compleja del
mundo circundante donde la obra se encuadra. Aunque, curiosamente, las cinco
películas seleccionadas son, además de películas de género, obras híbridas que
beben sin pudor de otros géneros.
Cinco autores novelistas
europeos vivos que son imprescindibles: Mircea Cărtărescu (Solenoide), László Krasznahorkai (Y Seiobo descendió a la tierra), Milan
Kundera (La inmortalidad), Mathias
Enard (Brújula), David Mitchell (El atlas de las nubes). Cinco novelistas
norteamericanos vivos que son imprescindibles: Cormac McCarthy (La carretera), Richard Powers (El clamor de los bosques), George
Saunders (Lincoln en el Bardo),
William Vollmann (Europa Central),
Don DeLillo (Cosmópolis).
Cinco novelistas
hispanoamericanos vivos que recomendamos leer: Andrés Neuman (Fractura), Guillermo Arriaga (El salvaje), Rodrigo Fresán (La parte inventada), Carlos Fonseca (Museo Animal), Alan Pauls (El pasado). Cinco novelistas
españoles vivos que recomendamos leer: Andrés Ibáñez (Brilla, mar del Edén), Juan Francisco Ferré (Revolución), Enrique Vila-Matas (Dublinesca), Agustín Fernández Mallo (Trilogía de la guerra), Javier Marías (Tu rostro mañana).
Cinco autoras
vivas cuya lectura aconsejamos con viveza: Lionel Shriver (Los Mandible), Isabelle Coudrier (La ecuación del amor), Susanna Clarke (Jonathan Strange y el Señor Norrell),
A.M.Homes (Ojalá nos perdonen),
Anne-Marie Garat (En manos del diablo).
Cinco autores de otras latitudes que no deberían obviarse: Salman
Rushdie (Quijote), Haruki Murakami (1Q84), J.M. Coetzee (Verano), Mario Levi (Estambul era un cuento), Peter Behrens (La ley de los sueños). Cinco escritores
recientemente fallecidos dignos de mención y cuya influencia sigue siendo
evidente: Denis Johnson (Árbol de humo),
Roberto Bolaño (Los detectives salvajes),
W.G. Sebald (Austerlitz), Philip Roth
(La mancha humana), Thomas Bernhard (El malogrado).
Tres editoriales
llenas de libros para descubrir: La Biblioteca del Laberinto, especializada en
terror, fantasía y ciencia-ficción de la Edad Dorada de cada género; SND
editores, la editorial más importante en lo que a recuperación del patrimonio
histórico español se refiere en los tiempos donde el Estado quiere imponer una
memoria oficial y mentirosa; y Pálido Fuego, que supone una entrada de aire
fresco dentro del panorama editorial español con obras fundamentales de la
narrativa actual nunca antes traducidas. También hay que mencionar tres productoras
independientes de cine norteamericano que siguen preservando el legado cinéfilo
procedente de los 70, hoy amenazado de muerte: A24 Films, Filmscience
Independent Film Production y Cinestate Production Company.
Mi gran decepción
a nivel literario es una narrativa española ajena, salvo honrosas excepciones,
a la literatura que requiere el siglo XXI; a veces da la bochornosa sensación
de que estamos encallados, no ya en el siglo XX, sino en el XIX. No podemos quedar
indiferentes a nuestro regionalismo cerril: mientras que el Premio Goncourt de
2021 va a parar a una obra sobre el multiverso explorado a través de distintos
géneros literarios; y que el National Book Award de 2021 puede ir para una de
las novelas nominadas, que conecta la Grecia Antigua con la colonización del
espacio; en España los libros del año, según los informados suplementos
culturales de varios importantes periódicos, son dos propuestas tan alejadas de
la realidad de nuestro tiempo como los diarios privados de Chirbes y la enésima
novela generacional de Aramburu.
Mi gran decepción
a nivel cinematográfico es un público general que no acude a las salas de
cine porque prefiere verlo todo en la televisión (con suerte), en la tablet o
en el teléfono inteligente (¿para suplir las carencias del propietario?); y que
sólo va a las salas a ver obras rebosantes de ruido y furia como Tenet, James Bond, Spiderman y Matrix; conste que las dos primeras me
interesaron mucho, pero hay que añadir que el cine no se reduce, ni mucho
menos, a complicadas secuencias de acción. Por suerte. Pronto desaparecerá, si
nada cambia, el rito de la sala a oscuras con su visionado individual a la vez
que colectivo: con la década hemos despedido a cien años de intimidad
compartida a oscuras entre desconocidos. Llegarán nuevas (¿acaso mejores?) formas
de amar el audiovisual; sin embargo, alguien más osado quizás se atrevería a
hablar del fin de toda una comunidad.
En otro orden de
cosas, cabe hacer hincapié en la ausencia de una gran novela (posmoderna) sobre
la pandemia; de la gran película (distópica) sobre nuestro tiempo; y de la gran
serie (de terror) sobre la nueva configuración del mundo. Esperemos que dichas
obras, tan necesarias, no se demoren mucho más porque igual la censura puritana
y biempensante que impera impide, con sus malas artes de “cancelación” y
adoctrinamiento, que jamás lleguen a realizarse.
La obras del siglo
XXI, por último, han de ser, según mi modesta y muy limitada opinión, una
mezcla en dosis más o menos equivalentes de complejidad formal en consonancia
con la percepción del espacio y el tiempo actuales, de temáticas contemporáneas
complejas, ambiciosas e interconectadas y de una honda emoción humanista que
logre llevar a cada espectador a lo más hondo de su ser y al inconsciente
colectivo en constante actualización del que se extraen y dónde se introducen
las grandes ficciones de todos los tiempos.
Acaba el año, acaba la década; apenas era ayer y esos dos instantes parecían comenzar. El tiempo danza de manera constante a través de la materia que nos compone, transformándola sin cesar, atravesándonos hasta que solo somos polvo y eso es todo. El reloj, los calendarios y la cultura del horario son algunos de los inventos más inverosímiles, extraños y horribles con los que el hombre ha decidido impugnar su propia naturaleza y la de la vida en la que se incrusta su existencia.
Uno, el que escribe esto, que le ha dedicado tantas horas a la lectura ―todo lo que no sea leer me parece un entretiempo antes de volver a ponerme a leer― y al visionado de películas y series ―y que, si Dios quiere, ambiciona seguir haciéndolo, en la medida de lo posible, hasta el día de su muerte―, cuando procede a seleccionar y a recomendar sus preferencias a otros, solo espera que aquel lector que finalmente decida dedicar al menos una pequeña parte de su tiempo ―en realidad, es el tiempo el que vive en nosotros y no al revés― a alguna de las obras mencionadas, pueda decir, al término de ese esfuerzo, que aquello mereció la pena. Mínimamente, al menos. Espero que así sea y aprovecho para desearle un Feliz Año Nuevo, amigo lector.
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