HEN KAI PAN. Por Frank G. Rubio

HEN KAI PAN

Un artículo de Frank G. Rubio




“...para que los dos cielos no giren a la vez

y el cielo se una con la tierra...”


Recientemente en un cruce de tuits desarrollado en esa veloz añagaza, me niego llamarla “aplicación”, caracterizada icónicamente por un pajarillo que si lo giramos a la izquierda noventa grados deviene diablito, Pedro Insúa estuvo a punto de ponerme en un brete preguntándome, como respuesta a una intervención mía algo intempestiva, qué entendía yo por “lo sobrenatural”. La cuestión surgió en torno a un “pío pío”, conformado por una imagen soviética conmemorativa del “vuelo” de Gagarin (1961) acompañada por un texto donde se argüía que el astronauta ruso había comentado no haber tenido percepción alguna de lo sobrenatural durante su viaje al espacio. Tampoco encontró rastro alguno de la perrita Laika (1957), respondí, allá donde gobierna para los Iniciados la Primogénita del Tiempo: la Reina de los Muertos. Esto último lo reservé para mí, no había caracteres suficientes.

   El problema pensé lo tienen quienes restringen su imaginación, una forma cualificada de percepción, a los límites que impone el lenguaje: la fórmula de niebla, generalmente aquel en el que son más o menos competentes, y con ello el acceso a los “mundos” con los que de un modo u otro pueden tener trato. En este cruce de caminos con Pedro me dije: el gato negro soy yo y cesaron mis dudas. De la misma manera que no pueden ponerse puertas al campo, ni vaciarse el mar como parte de los juegos de un niño que retoza en la playa con su cubo y pala, es esta una problemática, la de lo sobrenatural, que excede lo verbal y lo razonable; aunque poetas, teurgos y artistas no hayan precisamente demorado aportar numerosos materiales escritos, tallados, pintados, susurrados o tañidos con instrumentos, muchos de ellos ya olvidados, para mejor convocar esa Otredad. 

   Sin duda de naturaleza metafísica y que nos es entregada como un don, por revelación o inspiración, para mejor acercarnos aunque sea de modo tenue al Mundo de los Dioses. Donde, al contrario que acá, lugar en el que todo nos es dado a través de una lente oscura, hasta los más mínimos detalles llevan incorporados el sello de lo eterno. 

    Cuando tomemos conciencia de que vivimos como colectivo en la estela de un gran fracaso, y que este fracaso es el de la Modernidad, entonces será probablemente ya demasiado tarde. El secreto y exigencia de nuestro siglo, desarticulado en un magma de tiempo pulverizado por nuestra fusión con lo virtual, es el terror...Ninguna otra cosa le corresponde a esa marioneta del Día Anterior que es el “último hombre”. 

   La revolución de “la reacción antihumana”, ahora en curso, etapa penúltima de la insurrección telúrica que se manifestó durante el siglo XX como “revolución mundial”, ha comenzado su cuenta atrás. Para reinventar la vida nuestra casta financiera “managerial” pretende remozar la interioridad humana, recluyéndola en una escenografía de ruinas virtuales generada con el concurso de los más voraces algoritmos. Una memoria decrépita que profana las raíces mismas del Arte. La pretensión de estos neoalquimistas es constituir una mente unificada, que sea una ventana, para escapar mejor escapar al Morador de la Noche Pelirroja; una noósfera artificial que prolongue el tiempo de los relojes, más allá del muro de fuego, para un grupo seleccionado de usuarios de la Nueva Carne. 

   Un desatino, por lo demás necesario, más allá de sus poco encomiables designios, para que se cumpla el Fin del Tiempo. Porque está escrito:

  Luego tramaron contra el Mesías, y Alá contrarrestó sus planes con planes propios. Alá es el mejor de los conspiradores.(Corán 3:54)

   Elemento clave en su peregrino y abominable hacer es haber convertido al dinero en alma del Estado y tratar de fagocitar, mediante su versión planetaria y las IAs, el Alma del Mundo. De aquí esas preferencias fantasmáticas, que hoy se despliegan ante nosotros en lo sublunar mediático, como emergencias sanitarias o de seguridad. El desamparo organizado de las multitudes de Metrópolis, forjado para posibilitar las severas exigencias de un gobierno totalitario en ciernes, exige la independencia del mundo financiero internacional de todo tipo de control político, espiritual o institucional. Y la conversión de las masas en enjambre o rizoma biomagnético...

   Concluye una época embriagada con la materia donde las palabras ya sólo manotean en la penumbra y que da ya sus últimos y vacilantes pasos: forzando todos los secretos y rompiendo todos los sellos. El final llegará a través de algo desbordante, al mismo tiempo silencioso y terrible. Y para que el asno no asuste al gato, Sekmet renacerá de Bastet.  


   


Yo me puse el cielo como capa y me vestí con el océano...


 


  Agradecimientos: Sin la lectura de textos de Ernst Jünger, Ignacio Gómez de Liaño y Jan Assmann este modesto artículo no habría sido posible.

Nota: HEN KAI PAN significa Todo es Uno.

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