SUPERDONNER
Autor: Guillermo Mas
No comparto esa
visión nostálgica y suspirante del cine que tienen mis “hermanos mayores”
nacidos en la década de los 80. Por eso Los
Goonies, película de 1985 que todos asocian con el nombre de Richard
Donner, me dice más bien poco. Sí que me resulta molesto que una de las
carreras más brillantes y con más escuela de la historia de Hollywood —como lo
leen— se vea empañada por esa misma nostalgia suspirante que todo lo eclipsa.
No, Richard Donner, fallecido con 91 años, merece mucho más que eso: era
SuperDonner.
Director de numerosas
series durante más de una década como La
dimensión desconocida o Superagente
86, se especializó en la televisión mucho antes de que esta gozara del
prestigio, de la aprobación de la crítica y del público fiel con el que cuenta
ahora. Prácticamente debutó en el cine con el éxito comercial de La profecía, que iba a ser una película
de serie B en la estela de El exorcista
y resultó una obra maestra del género de terror muy influyente en títulos
posteriores. Porque Donner era un especialista casi sin parangón a la hora de
triunfar en todos los géneros, en la estela de directores clásicos como Jacques
Tourneur o incluso Raoul Walsh, por citar sólo dos nombres. Revolucionó todos
los géneros que tocó sin excepción. Su siguiente película, Superman, ha sido y sigue siendo el modelo sobre el que funcionan
todas las historias modernas de superhéroes: quién no lo reconozca es un
embustero. Y también resultó un éxito de taquilla, aunque eso no evitaría su
despido durante el rodaje de la segunda parte de la misma por diferencias con
los productores, y cuya “versión del director” no pudimos ver hasta el año
2006. Sin embargo, contaría con un heredero de categoría, Bryan Singer, que,
sin llegar a alcanzar el maestro, realizaría trabajos de categoría en nuevas
versiones de Superman o en la saga de
X-Men, producida por Donner. Más
tarde, Donner realizaría Lady Halcón
o la citada Los Goonies, hasta
realizar otra película “de género” perfecta: Arma Letal, primera de una saga impecable —hasta cuatro películas,
todas de alto nivel y dirigidas por Donner— de obras maestras del cine de
acción. Después vendría Los fantasmas
atacan al jefe, la más original adaptación de Un cuento de Navidad de Dickens, que incluía una sorprendente
mezcla de humor y terror. También realizaría una excelente comedia disfrazada
de western con Maverick, película tristemente infravalorada; una mezcla de géneros
en Conspiración; o una balada
crepuscular al género en el que se especializó, las buddy-movies, en 16 Calles.
Su mejor heredero y más fiel admirador es, en ese sentido, el guionista y
director Shane Black.
Donner era un
director de encargo muy versátil, siempre verosímil y todo un prodigio técnico.
Como no tenía ningún problema de ego, no necesitaba dejar su impronta en cada
escena ni usaba un plano de más para lucirse. Era un narrador nato que sabía
añadir humor a todo lo que contaba, que sabía transmitir una emoción intensa al
espectador con su trabajo y que, en el fondo, era un romántico que bajo
distintos géneros narraba siempre una bella historia de amor. Pero ante todo
era, como actor fracasado, un gran director de actores que trabajó con Mel
Gibson, Gregory Peck, Bruce Willis, Bill Murray, David Warner, Danny Glover,
Gene Hackman o Christopher Reeves. Los grandes suelen caracterizarse por tener
muchos problemas con todo el mundo y por ganar pocos premios. Ningún premio
Óscar le fue concedido a Donner. Tampoco ninguna Palma de Oro, y supongo que
solo la idea repugnará a muchos pedantes de los que reparten carnets de
cinefilia. Ha querido la Providencia que coincida la muerte de Donner con la reapertura
del Festival de Cannes dos años después de su última edición, por culpa de la
pandemia. Vuelve Cannes con su esnobismo habitual: Spike Lee es el presidente
del jurado y Leo Carax lo inaugurará con una película que apesta a manierismo
vacuo. Todo lo contrario que Donner, cuyo cine era puro oficio, entretenimiento
sin zarandajas y más una cuestión de técnica y de trabajo que de musas
risueñas. Los grandes siempre han estado más allá de ningún miserable premio.
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