EL VERDADERO ARTE Y LOS FALSOS ARTISTAS

Autor: Miguel Fernández Vivaracho



El arte nunca ha sido sencillo. La imaginación sin conocimiento no conduce más allá del asimétrico dibujo de un enfermo psiquiátrico, la figura de plastilina de un niño de preescolar o el poema que un iletrado le escribe a su cuelgue esperando conquistarla. El verdadero arte se eleva mucho más lejos, sobrepasa muchos más horizontes. La contemplación de la belleza a través de la aprehensión, de lo sensible —en forma de pigmentos perdurables plasmando una maravillosa visión sobre un lienzo, de un bloque de mármol transformado en un ángel tembloroso, de una estrofa evocando el fuego más profundo de las entrañas—, nos saca de nuestro presente y de nuestro ser, fundiéndonos con la belleza inasequible que nos ha sido desvelada.
El arte, insisto, es casi tan complejo como no sonar presuntuoso hablando de arte (acaban de comprobarlo). No obstante, existe un considerable número de personas que sostienen que el arte es lo que ellos quieren que sea. Existe todo un ejército, toda una especie de individuos que, buscando refugio en la sentencia «El arte es puramente subjetivo» etiquetan la prosa desmejorada de cualquier lector modesto, los retratos de cada alumna apañada de un taller de pintura creativa o los versos de algún que otro cantautor de tres al cuarto como una obra de arte, arte y más arte. He llegado incluso a toparme con personas en redes sociales (niñas, sobre todo) que recordaban al resto de mortales: «Yo soy arte»… y a continuación insertaban un pobre texto en el que explicaban humildemente los razonables motivos por los que eran “arte”.
Tampoco pueden faltar los artistas prodigio que alegan que su arte es el resultado de lo que ellos sienten, de sus emociones más fervorosas y que, claro, ¿cómo va nadie a evaluar o corregir su sentir? ¿Quién posee tan altísimo derecho? ¿Un experto en la materia, quizás? ¿Un crítico de arte, tal vez? ¿Qué tal otro artista? No. Nada de eso. Ellos, artistas, cuentan con la autoridad para calificar su obra como arte, pero nadie posee la potestad para catalogar su obra como mediocre. Al fin y al cabo, ¿qué es el buen arte? ¿Y el mal arte? ¿Qué es el arte sin ir más lejos?
El arte, decía James Joyce en su novela Retrato del artista adolescente, es la adaptación por el hombre de la materia sensible o inteligible para un fin estético. En definitiva, belleza más sufrimiento es lo más cerca que podríamos estar de una definición de arte. Es cuando el artista se enfrenta a cualquiera de las preocupaciones que envuelven al género humano (muerte, desamor, derrota, soledad…) que, atendiendo al clamor de su corazón, se lanza y se pone en manos de la belleza y, es entonces, cuando escribe, cuando pinta, cuando esculpe, cuando… crea. Sin embargo, ¿por qué preferimos unos artistas a otros? ¿Por qué decimos que hay obras maestras y simples piezas cualquiera? Aunque una misma obra pueda no parecer hermosa a todo el que la contempla, todo el que aprecia una pieza hermosa encuentra en ella unas vinculaciones concretas que le llenan y que se encuentran con las mismas fases de la aprehensión estética. Tomemos la Capilla Sixtina, de Miguel Ángel. Estos frescos, visibles para cualquiera de una determinada forma y para mí de otra completamente distinta, consiguen cautivar a la vista y, de un modo u otro, entendiendo su significado, reúnen, por tanto, los elementos necesarios para la belleza.
¿Qué hace falta entonces, para ser un buen artista? La respuesta es talento. Y es aquí, desgraciadamente, donde no todos pueden llegar. Citando al escritor Robert Heinlein: “Cualquiera puede mirar a una chica bonita y ver a una chica bonita. Un artista puede mirar a una chica hermosa y ver la anciana en la que se convertirá. Un mejor artista puede mirar a una anciana y ver a la chica bonita que solía ser. Pero un gran artista —un maestro, y eso era Auguste Rodin— puede mirar a una anciana, retratarla exactamente como es… y obligar al espectador a ver a la hermosa muchacha que solía ser… y más que eso, puede hacer que cualquiera con la sensibilidad de un armadillo, o incluso usted, vea que esta hermosa joven aún está viva, no vieja ni fea en absoluto, sino simplemente prisionera dentro de su cuerpo arruinado. Él puede hacerte sentir la silenciosa e interminable tragedia de que jamás ha nacido una niña que haya crecido en su corazón por más de dieciocho años… sin importar lo que le hayan hecho las horas despiadadas”.
Es por eso por lo que las grandes obras de arte, las increíbles obras maestras, se mantienen con vida no tanto gracias a su didáctica o su crítica sino a su arte y nada más que eso. Es el talento del artista, su ingenio, su originalidad, su afán por correr riesgos, junto a la máxima precisión a la hora de plasmar todo lo anterior, lo que lleva al artista, a merecer su título.

Comentarios

  1. Este artículo, aplicado al arte actual, es como hacer un círculo en un cristal empañado para mirar a través de él.
    Enhorabuena.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

ARDE AMÉRICA: Historia del magnicidio de JFK. Por Guillermo Mas Arellano.

PETARDOS HAUNTOLÓGICOS. Por Frank G. Rubio

ÚLTIMOS RESCOLDOS DE LA FILOSOFÍA. Por Guillermo Mas Arellano