PASADO, PRESENTE Y FUTURO DE NUESTRA ERA

Autor: Guillermo Mas


Pasado: El 11S.
Presente: El Coronavirus.
Futuro: El apagón.

Nuestro tiempo nació el día en que las puertas del Templo que representaba el viejo mundo fueron derruidas. Puesta en escena sin precedentes de la geopolítica del espectáculo, los atentados del 11S en Nueva York vinieron a anunciar que se inauguraba un tiempo nuevo en la historia humana. A partir de entonces los grandes acontecimientos internacionales estarían perfectamente planificados para desembocar de manera “adecuada” según el punto de vista de sus élites. Lo que ocurriera en el escenario —crisis, guerras, atentados, pandemias—, sería la excusa para implementar medidas de ingeniería social destinadas a fines muy concretos establecidos por unos pocos. Un nuevo Despotismo Ilustrado no muy diferente al practicado en el siglo XX salvo por una sencilla razón: que el desarrollo de la tecnología permitiría sobrepasar unos límites jamás sospechados. De esta forma se abría el campo de la experimentación más allá de los límites de la imaginación: transhumanismo, realidad virtual, parodias rituales, desarrollo de la inteligencia artificial, etcétera. El pensador francés Eric Sadin ha llamado a este proceso “la silicolonización del mundo”: Internet nació con ARPANET, una red militar de control poblacional, y no ha abandonado esa primera faceta jamás.

El Coronavirus no es más que la consecuencia de lo anterior. La crisis de 2008 fue un ensayo general, de entre tantos otros (Primaveras Árabes, 15M, etcétera), hasta desembocar en una pantomima cuyo fin esencial era poner a prueba la resistencia de una población mundial abocada de nuevo a la pobreza y, sobre todo, destinada a la vacunación masiva. Sin embargo, no hemos visto nada. En apenas unos años añoraremos el decrépito estado actual de la realidad. A pesar de algunos fallos puntuales, inevitables en toda operación de esta magnitud, la maniobra ha sido un éxito que, además, carecía de precedentes similares en la historia. En ese sentido, merece la pena recuperar las declaraciones de Klaus Schwab, principal teórico de la “Cuarta Revolución Industrial”, sobre la posibilidad de un apagón mundial al lado del cual la crisis del coronavirus quedará en “una preocupación menor”. Estas discretas palabras del gran artífice de la Agenda 2030 son muy claras: queda mucho por ver hasta alcanzar el ansiado “Gran Reseteo”. Porque, en palabras de Alan Moore, “la tecnología traerá muchos beneficios, pero también muchos desastres”.

Aunque mis admiraciones literarias suelen estar más del lado de los “apocalípticos” que de los “integrados”, la posmodernidad literaria ha sido el movimiento que mejor ha anticipado y ha narrado desde dentro los entresijos de esta nueva era que vivimos. Desde su fundación con el argentino Jorge Luis Borges, en el que está contenido todo lo que vendrá después, hasta el grandioso último peldaño puesto por otro argentino, Rodrigo Fresán, a través de una trilogía deslumbrante —La parte inventada, La parte soñada, La parte recordada— que resume brillantemente todo lo que el movimiento ha sido y es, y que agota sus posibilidades en el límite histórico de la llegada del Coronavirus. Entre medias, el movimiento ha sido eminentemente anglosajón —Gaddis, Barth, Pynchon, Coover, Gass, Vollmann—, aunque con algún brillante representante europeo también —Calvino, Sebald, Bernhard, Marías, Cartarescu— .

La experimentación formal y lingüística más allá del escollo en el que parecía haberse extraviado la modernidad literaria con la obra de Joyce; la paradoja del azar y la contingencia en una realidad en apariencia entrópica pero que esconde siempre un trasfondo conspiranoico perfectamente rastreable para el investigador sagaz; la ironía como respuesta existencial al absurdo kafkiano de la condición humana en el mundo moderno; o la preocupación por el paso del tiempo en un mundo donde el consumo y la producción en cadena han destruido la posibilidad del arte y de construir algo imperecedero que trascienda las vidas de los hombres, son algunos de los temas fundamentales de la posmodernidad literaria. Otras preocupaciones centrales son la incorporación de los descubrimientos científicos sobre espacio, tiempo y materia al lenguaje literario; la referencialidad, la intertextualidad y la metaliteratura; o la reconstrucción y la reformulación del pasado, no con el relato histórico, sino con el relato literario, contando el paso del hombre por la tierra desde la Naturaleza y hacia la Tecnología, en la que puede llegar a encontrar su exterminio.

Si algo ha destacado en la ficción posmoderna es su capacidad de anticipación sobre la realidad en un mundo que parece haberse vuelto del todo inaprensible para el resto de disciplinas, todas ellas escoradas hacia la especialización e incapacitadas, por ello, para ofrecer una respuesta global del presente. En ese sentido hay que destacar que Don DeLillo, quien, a diferencia de Pynchon, ha incorporado tardíamente las “nuevas tecnologías” a su obra, haya escrito casi coincidiendo en el tiempo con la pandemia, una obra que previene sobre el siguiente estadio de nuestra era. Me estoy refiriendo a El silencio, una novela breve que especula con la posibilidad de un apagón mundial como el anunciado por Schwab en 2020. Qué ocurrirá después nadie lo sabe, pero DeLillo se ha atrevido a imaginar cómo afectará ese “Apocalipsis tecnológico” a nuestras cada vez más informatizadas vidas.

Quizás cuando el mundo haya oscurecido —materialización perfecta del estado metafísico del mundo moderno—, los hombres tengan que volver a guiarse por las estrellas en mitad de la noche. Como los Magos de Oriente, tal vez puedan encontrar en la senda marcada por la estela un renacer espiritual para estos tiempos de Kali Yuga y de Infierno en la Tierra. Por eso tomar el nombre de una estrella como Nu Octantis, “la estrella más brillante de la constelación de Octans”, es toda una declaración de intenciones hasta que ese momento de redención universal llegue. En una expresión empleada en más de una ocasión por Frank G. Rubio, podemos decir sin miedo a equivocarnos que “vivimos tiempos interesantes”. Y lo que nos queda.


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